Me acuerdo de que el hombre de los barquillos -con sabor a canela y limón- guardaba sus obleas en un bidón niquelado, o rojo, o verde.
En la parte superior, una especie de ruleta repartía, previo pago, la suerte entre el corro de hambrientos y pedigüeños.
¡Al rico barquillo de canela para el nene y la nena, son de coco y valen poco, son de menta y alimentan, de vainilla ¡que maravilla!, y de limón qué ricos, qué ricos, qué ricos que son!
Yo de eso no me acuerdo, pero no me cabe duda de que tenían que estar buenísimos. Ahora mismo me comería yo un par de ellos.
ResponderEliminarLas imágenes y palabras que nos traes son pura historia.
Y tu recuerdo mueve al mío, Elías. ¡Qué ilusión cuando el barquillero te permitía darle a la ruleta para ver el premio que te tocaba...! ¿Existen todavía barquilleros (más allá del coro de "Agua, azucarillos y aguardiente")? Alguna vez, hace años, los he vuelto a ver en Madrid. Ahora, no sé si es que ya no salen o es que -y esto sería grave- no he reparado en ellos.
ResponderEliminarUn abrazo.
En Salamanca hay un barquillero con bidón y ruleta. Siempre sentado en un taburete, leyendo, ajeno al mundanal ruido, fotografiado por todos los turistas. Y vende barquillos que saben a otros tiempos.
ResponderEliminarHabrá que ir, Isabel, a Salamanca. Y no sólo a fotografiar al barquillero.
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