Querido amigo:
Tras manifestar mi vehemente y sincero deseo de que tú y los tuyos gocéis de la salud y prosperidad que sabes os deseo, paso sin más a exponerte el motivo de la presente.
Lejos de mí la intención de molestarte más de lo necesario -sé de tus múltiples ocupaciones y tareas- con estas líneas que acaso juzgues innecesarias cuando no impertinentes. Pero mi confianza contigo me impele a preguntarte con franqueza sobre cierto asunto para, si te es posible y no te causa mayor trastorno, que me saques de la duda: ha llegado hasta mis oídos un inquietante rumor acerca de tu persona que me tiene en trance de desazón desde que me enteré del mismo.
Por ir al grano y no enredarme más de la cuenta en esa retórica pueril, en esos vericuetos argumentales que tantos sinsabores me han reportado y a los que tú, mejor que nadie, sabes que soy proclive: se dice que tienes trato periódico con una persona decente.
Y digo inquietante porque, según todos los indicios racionales, semejante ejemplo de ser humano fue dado por extinguido hace ya una pila de años. Por acotar el tema, podríamos convenir en que existe un consenso generalizado acerca de que el último de ellos acaso fuera el llamado Mahatma Gandhi, apóstol hindú de la resistencia pacífica frente a las injusticias y crueldades, pero esto de los nombres propios es una cuestión que podría llevarnos a desencuentros que no deseo -y menos que con nadie, contigo- y que, además, no suelen conducir a buen puerto, si no, antes bien, a todo lo contrario. No sería la primera vez. Ni, por desgracia, será la última. Y ya, caro amigo, ni fuerzas ni ganas tengo de entrar en polémicas inútiles por un asunto como este, en el que, como es bien sabido, cada cual tiene su propia e irreductible opinión.
En todo caso, si el rumor resultare cierto -y conociéndote como te conozco, tampoco sería algo que me extrañase en demasía-, abusando de tu confianza y amistad, te ruego encarecidamente que arregles un cita entre los tres y me lo presentes a no tardar. Prometo guardarte el secreto.
Tú mejor que nadie sabes que me queda poco tiempo de penar en este valle de lágrimas y que llevo toda la vida queriendo conocer a ese fenómeno de la naturaleza.
Tómate mi ruego, te lo ruego, como si fuera el último deseo de un condenado a muerte.
Quedo a la espera de tu pronta respuesta. Es urgente.
Un fuerte abrazo.
*********************************************************
Decente. ¿Cómo dice? ¿Quién? ¿Ese de ahí? Detenedle ahora mismo.
Tras manifestar mi vehemente y sincero deseo de que tú y los tuyos gocéis de la salud y prosperidad que sabes os deseo, paso sin más a exponerte el motivo de la presente.
Lejos de mí la intención de molestarte más de lo necesario -sé de tus múltiples ocupaciones y tareas- con estas líneas que acaso juzgues innecesarias cuando no impertinentes. Pero mi confianza contigo me impele a preguntarte con franqueza sobre cierto asunto para, si te es posible y no te causa mayor trastorno, que me saques de la duda: ha llegado hasta mis oídos un inquietante rumor acerca de tu persona que me tiene en trance de desazón desde que me enteré del mismo.
Por ir al grano y no enredarme más de la cuenta en esa retórica pueril, en esos vericuetos argumentales que tantos sinsabores me han reportado y a los que tú, mejor que nadie, sabes que soy proclive: se dice que tienes trato periódico con una persona decente.
Y digo inquietante porque, según todos los indicios racionales, semejante ejemplo de ser humano fue dado por extinguido hace ya una pila de años. Por acotar el tema, podríamos convenir en que existe un consenso generalizado acerca de que el último de ellos acaso fuera el llamado Mahatma Gandhi, apóstol hindú de la resistencia pacífica frente a las injusticias y crueldades, pero esto de los nombres propios es una cuestión que podría llevarnos a desencuentros que no deseo -y menos que con nadie, contigo- y que, además, no suelen conducir a buen puerto, si no, antes bien, a todo lo contrario. No sería la primera vez. Ni, por desgracia, será la última. Y ya, caro amigo, ni fuerzas ni ganas tengo de entrar en polémicas inútiles por un asunto como este, en el que, como es bien sabido, cada cual tiene su propia e irreductible opinión.
En todo caso, si el rumor resultare cierto -y conociéndote como te conozco, tampoco sería algo que me extrañase en demasía-, abusando de tu confianza y amistad, te ruego encarecidamente que arregles un cita entre los tres y me lo presentes a no tardar. Prometo guardarte el secreto.
Tú mejor que nadie sabes que me queda poco tiempo de penar en este valle de lágrimas y que llevo toda la vida queriendo conocer a ese fenómeno de la naturaleza.
Tómate mi ruego, te lo ruego, como si fuera el último deseo de un condenado a muerte.
Quedo a la espera de tu pronta respuesta. Es urgente.
Un fuerte abrazo.
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Decente. ¿Cómo dice? ¿Quién? ¿Ese de ahí? Detenedle ahora mismo.
Pues a mí me corroe y entristece que sea una especie en extinción. Fina y cuidada la ironía.
ResponderEliminarBesazo.
Don Elías:
ResponderEliminarA pesar de que los chorizos, estafadores, arribistas y demás calaña son legión, y, además, no hace falta rascar mucho para ver sus obras, soy de los que piensa que aún son más los decentes, pero que no hacen ruido y, en consecuencia, parece que no cuentan. Al menos, quiero pensarlo así. Ojalá. Quizá...
El texto, como de costumbre, im-pecable (como diría el diestro en dos palabras).
Un abrazo.
Por cierto (se me quedaba en el tintero), la epístola me ha recordado a aquello de Serrat: Uno de mi calle me ha dicho que tiene un amigo que dice conocer un tipo que un día fue feliz... (etcétera).
ResponderEliminarGuiño cómplice. Nuevo abrazo.
Si consigues esa cita, por favor, háblale también de mí a tal decente, a mí también me gustaría conocerle.
ResponderEliminarHasta pronto.
Querida Paloma y Mercedes, querido Antonio:
ResponderEliminarMe alegraré que al recibo de la presente os encontréis bien, yo bien, g.a.d.
Si mi amigo responde como espero, organizamos un encuentro a seis.
Mientras, recibid este abrazo de este que lo es.
Sepa vuesa Merced que no hay caballero más decente que el que le escribe estas líneas, ni dama más limpia y virtuosa que mi señora Chuminea del Potorro. Desde aquí le emplazo a una cita en el castillo que mejor le convenga, donde podremos departir en buena compaña, y hacer de nuestra capa un sayo en las cuestiones que nos atañen.
ResponderEliminarSiempre a sus pies,
Don Cipote.