Ha tardado cincuenta y dos años en llegar, pero hoy ha sucedido por fin: un gorrión macho -con esa mancha oscura a modo de gorguera en el cuello como distintivo de su sexo- se me ha posado en el pie descalzo, y percibo sus uñitas en mi carne, el plumón suave y marrón con que se viste sobre mi piel.
Fascinado por su audacia y lo inédito de la situación, permanezco inmóvil, estatua de mí mismo, buscando prolongar el momento.
Me ha picoteado urgente y repetidamente en el empeine, acaso buscando algún mínimo resto comestible de ¿qué? y, rota la magia, que ha durado apenas unos segundos, se ha marchado, no volando, sino con esos saltitos nerviosos -a pesar de que se le veía tan tranquilo- tan característicos de su especie.
El café matutino en la terraza a la sombra traía un milagro de regalo.
Te dejo una redacción que escribí a los nueve años:
ResponderEliminarMi abuelo me llama Gorrión
Mi abuelo siempre me ha llamado Gorrión. Yo nunca había pensado por qué, hasta que quise hacer una redacción sobre este pájaro. Entonces le pregunté: Abuelo, ¿por qué me llamas Gorrión?, y él me llevó a la terraza del lavadero y me dijo que mirara los gorriones del patio y que apuntara todo lo que observaba en ellos. Yo apunté: pequeño, gracioso, con ojos vivos, tierno, camina dando saltitos, nunca se va, atrevido, confiado, para ver sus bonitas plumas y su ternura tienes que acercarte, no se dejan atrapar y sólo van a ti si les abres las manos. Así es el gorrión, como yo. Por eso el abuelo me llama Gorrión.
Saqué sobresaliente.
Hasta la próxima.
Hermosa manera de comenzar el día. Anécdota hermosa que tu engrandeces aún más en la belleza de tu prosa.
ResponderEliminarUn abrazo.
A regalo me supo el haberlo leído conociendo el momento de su escritura este verano. Ese gorrión confió en quien más se parecía ese momento a él mismo, y en ese instante se dio así lo permanente e inesperado.
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