Hoy, a las 19.30 h., en la Librería Taiga, de Toledo, Antonio del Camino presenta sus Fragmentos de inventario. Hará de maestro de ceremonias Jesús Cobo.
Fragmentos... es un libro delicioso sobre la memoria, sobre una memoria que tantos lectores podrán compartir en sensaciones, en momentos ya recogidos en parte en su estupenda y variada bitácora Verbo y penumbra.
Un puñado de páginas donde se retratan los sueños del niño que Antonio fue, que sigue siendo, y en las que leemos precisas descripciones del entorno en que se movía -él, y tantos y tantos españolitos de la época-: la tienda de ultramarinos del barrio, los cines de verano, los primeros y clandestinos cigarrillos, los cromos y los afanes por completar la colección, la sorpresa de la nieve, las aventuras con los compinches cuando los niños vivíamos en la calle, aprendiendo a vivir.
Todo eso, y más, podréis encontrar en las cien páginas, en las treinta y cinco estampas y un soliloquio final de que consta este volumen.
Con una preciosa y enternecedora fotografía familiar en la portada, por cierto.
Y los que, por una simple cuestión generacional, no la compartan en sentido estricto, tendrán la suerte de acercarse a una prosa exquisita, exenta de esa retórica cargante con la que muchos escritores gustan de adornarse y con la que en tantas ocasiones no hacen más que espantar a los lectores. No es este el caso, sino todo lo contrario: la fluidez y claridad en la escritura de estas memorias os irán llevando de la mano, estampa tras estampa, página tras página, hasta la feliz conclusión de la travesía de un libro que a mí se me ha hecho demasiado breve. Breve, sí: porque me hubiera gustado seguir leyendo algunas más de esas historias que, como estos fotogramas literarios, a buen seguro que Antonio aún guarda en la recámara de su memoria.
Antonio es uno de los regalos vitales que me ha traído este escaparate de los blogs -tan torre de marfil muchas veces, tan impúdico otras-, un cómplice generoso y amable desde el momento en que empezamos a leernos mutuamente y nos echamos la vista encima.
Decía Miguel Torga, el gran escritor portugués, que “un hombre es la juventud que queda dentro de él”. Y como digo yo, “cuando pierdes la memoria, dejas de ser”. Porque es la memoria la que tiene la facultad de hacernos volver a ella, a seguir siendo.
Cuando es tan hermosa como esta que Antonio nos brinda, merece la pena acercarse a ella con los brazos abiertos y el ánimo dispuesto al goce.
Un puñado de páginas donde se retratan los sueños del niño que Antonio fue, que sigue siendo, y en las que leemos precisas descripciones del entorno en que se movía -él, y tantos y tantos españolitos de la época-: la tienda de ultramarinos del barrio, los cines de verano, los primeros y clandestinos cigarrillos, los cromos y los afanes por completar la colección, la sorpresa de la nieve, las aventuras con los compinches cuando los niños vivíamos en la calle, aprendiendo a vivir.
Todo eso, y más, podréis encontrar en las cien páginas, en las treinta y cinco estampas y un soliloquio final de que consta este volumen.
Con una preciosa y enternecedora fotografía familiar en la portada, por cierto.
Y los que, por una simple cuestión generacional, no la compartan en sentido estricto, tendrán la suerte de acercarse a una prosa exquisita, exenta de esa retórica cargante con la que muchos escritores gustan de adornarse y con la que en tantas ocasiones no hacen más que espantar a los lectores. No es este el caso, sino todo lo contrario: la fluidez y claridad en la escritura de estas memorias os irán llevando de la mano, estampa tras estampa, página tras página, hasta la feliz conclusión de la travesía de un libro que a mí se me ha hecho demasiado breve. Breve, sí: porque me hubiera gustado seguir leyendo algunas más de esas historias que, como estos fotogramas literarios, a buen seguro que Antonio aún guarda en la recámara de su memoria.
Antonio es uno de los regalos vitales que me ha traído este escaparate de los blogs -tan torre de marfil muchas veces, tan impúdico otras-, un cómplice generoso y amable desde el momento en que empezamos a leernos mutuamente y nos echamos la vista encima.
Decía Miguel Torga, el gran escritor portugués, que “un hombre es la juventud que queda dentro de él”. Y como digo yo, “cuando pierdes la memoria, dejas de ser”. Porque es la memoria la que tiene la facultad de hacernos volver a ella, a seguir siendo.
Cuando es tan hermosa como esta que Antonio nos brinda, merece la pena acercarse a ella con los brazos abiertos y el ánimo dispuesto al goce.
¿El chico de la foto?: Antonio, claro.
Elías, muchísimas gracias por tus palabras. Sin duda, un mágnifico prólogo a la presentación del libro. Como digo en mi blog: eres la generosidad personificada. Gracias, otra vez.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Me es imposible leer todo lo que me recomiendan, necesitaría diez vidas al menos, pero me quedo con los nombres de los libros que recomiendan los lectores en los que confío, como es tu caso; así que apunto "Fragmentos de inventario" en la lista de los buenos. Me ha gustado lo que nos cuentas de la obra de Antonio.
ResponderEliminarHasta pronto.
... en fragmentos, pero entero, Elías: lo que está detrás de este inventario es un poeta de pies a cabezas. Quienes se acerquen a este libro, pero también a toda una trayectoria (una vida) de escritura, lo podrán comprobar. Me alegra esta complicidad vuestra a la que me siento por momentos tan cercano. Así que, como si estuviéramos todos sentados jugando a la taba (como bien podría ocurrir en una de las delicadas estampas del libro, dibujadas, insisto, con mano de poeta), me atrevería a decir: «¡Joer, macho,, me lo has quitado de la boca...!» Y volveríamos a darle vueltas al hueso. Emotivas, justas y certeras palabras, sí señor. Un abrazo fuerte a los dos.
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