Para Isabel Román
Un par de mesillas viejas rescatadas del vertedero y el abandono que ahora tienen una segunda oportunidad, una Remington Portable made in U.S.A con las teclas blancas y circulares regalo de mi mujer, una gumía árabe con su hoja curva y oxidada, un pequeño tablero de corcho desde donde Lali, Sara, Alba y “Nana” me miran escribir o leer, dos tallas de madera policromada del Quijote y Sancho, unos prismáticos rusos comprados en Galicia hace ya treinta años, un atado de cartas de amigos y amores que fueron y se fueron, un globo terráqueo que se ilumina desde dentro, una brújula que no sé utilizar (¿hacia qué rumbo señala, qué posición establece en mi vida?), una pequeña colección de bestiarios, una torre de maletas y baúles variados repletos de libros y cuadernos por rellenar, un calendario de mesa en el que cada día es un poema, una escafandra de buzo de bronce, un pequeño tiovivo musical de madera con su melodía festiva, una vetusta horma de madera, pintada en dos colores, de zapato femenino del nº 36, una gavilla de lápices de propaganda, un tranvía de lata y cuerda con su traqueteo de mentira, un ventilador antiguo sobre un teléfono de manivela no menos añejo, un tocadiscos portátil dorado y gris añorando sus guateques, dos sillas de bar restauradas, un camastro de hierro para “reposo del guerrero”, una armónica Hohner que se queja, amarga y triste, cuando la toco, un microscopio barato de aficionado, mis primeras gafas de présbite, una desvencijada y decorativa caja de cartón con ampollas inyectables de cloruro mórfico seguramente ya caducadas, una lámpara fundida marca Phillips para radio, una latita redonda de ungüento Pallesqui, “remedio contra granos, diviesos, llagas, etc.”, una petaca de piel descolorida con restos de tabaco picado, un pulpo azul de peluche que vigila y abraza mis siestas con sus tentáculos de trapo, una eñe blanca y mayúscula tallada en madera recuerdo de una gran amiga.
Y algunos relatos y artículos que reposan en cajones y carpetas esperando ver la luz.
Si es que lo hacen.
Elías, desde aquí estoy viendo el humo de la alquimia que haces en tu taller; y estoy segura de que esos textos saldrán pronto a ver mundo, por su propio pie. Y de que no saldrán cojuelos.
ResponderEliminar¡Cuánto me alegra que la eñe blanca y el bestiario italiano estén en esa compañía tan animada!
Un abrazo grande