Para José Luis Melero
Pocos negocios conozco con el nombre tan bien puesto como ésos -ya cada vez más escasos e infrecuentes en nuestras ciudades- que ostentan en su fachada el rótulo de “Librería de viejo”; la frase describe con total exactitud, sin ambages ni subterfugios, a las bravas, como si dijéramos, lo que a buen seguro te vas a encontrar allí dentro: desde el reumático propietario y sus finiseculares saludos y despedidas -Cuánto bueno por aquí o Vaya usted con Dios serían buenos ejemplos de ello, aunque a veces sea el silencio más absoluto lo que te recibe al entrar- hasta los muebles, ruidosos e inquietos de carcoma; desde la luz que en ellos penetra, siempre exigua, como de farol de gas o velón de iglesia, hasta la vetusta y enorme máquina registradora a la que siempre le falla, o le falta, alguna tecla cuando no varias de ellas; desde los suelos y estantes -tal si fueran de madera triste- que crujen su ancianidad y sus achaques de manera parecida hasta esos libros que son el fundamento del negocio y parecen todos convalecientes de algún doloroso percance, llenos de mataduras y con una pátina triste, con un algo de ictérica, como si estuvieran recién salidos de vaya usted a saber de dónde, si de una guerra o de un desahucio, si de un derrumbe o de un hospital, si de incendio o inundación.
Durante mis demoradas pesquisas por sus anaqueles y recovecos -toda una aventura de la que no es fácil salir incólume, quiero decir, limpio-, pocas veces he encontrado en ellos algo de fundamento o provecho y, al mismo tiempo, bien avenido con mi maltrecha economía: mucho resto de edición, mucho folletín trasnochado, mucho libro de texto de materias olvidadas hace años en los planes de estudios, rimeros de revistas de vario pelaje y escaso interés, marchitas y angustiosas postales sicalípticas que producen más pena que otra cosa…
Eso sí, en las raras ocasiones en que ambas circunstancias coinciden -encontrar algo interesante y que pueda pagarlo con mis posibles de ese momento sin mucho cargo de conciencia- y cobro pieza saliendo con bien del lance -que así se las llama también entre los habituales del gremio del guardapolvo, "librerías de lance"-, lo primero que hago en cuanto salgo del local es sacarlos de su precaria envoltura, soplar el polvo insano que acumulan en los cantos y en el lomo y comprobarles las costuras sacudiéndolos abiertos con las páginas hacia el suelo para ver si cae algo de adentro, algún recordatorio olvidado durmiendo el sueño de los justos en su tumba de papel, algún añejo y cotidiano documento: una vieja entrada de cine de sesión doble, una carcomida foto de grupo en alguna excursión campestre, tal vez una factura amarillenta de tintorería o de reparación de calzado, una estampita religiosa, una esquela luctuosa...
Y en esos días en que mi fortuna y buen ojo no discuten entre sí y consiguen llevar a buen puerto sus esfuerzos en pos de la pieza deseada, me vuelvo a casa especialmente feliz, con una sonrisa boba en el rostro que delata sin rodeos mi contento y satisfacción.
Para mí tienen un atractivo inmenso (y eso que soy alérgica a los ácaros y los libros viejos me quitan la respiración;-)
ResponderEliminarVaya usted con Dios, don Elías, buen fin de semana.
Benditos Santuarios!!!
ResponderEliminarAllá por el año 85 (¡Del siglo pasado!), recuerdo haberme "tropezado" (asombrosa y grátamente, por cierto) con una de esas librerías en Valladolid. Durante mi estancia en la ciudad por motivos de trabajo (dos o tres semanas), la visité en repetidas ocasiones, tanto para hurgar entre sus libros (unos cuantos de poesía, de la Colección Halcón, editada en la ciudad castellana en la década de los 40 se vinieron conmigo), como para departir durante un rato con su propietario que, naturalmente, respondía a tu descripción. Años más tarde, en una nueva visita a la ciudad, esta vez en viaje de placer, la busqué y, para mi desgracia, me la encontré cerrada, con la puerta y ventana empapeladas, y síntomas evidentes de abandono. Tu entrada de hoy me ha llevado otra vez hasta allí. ¡Cómo pasa el tiempo! (o nosotros: guiño cómplice).
ResponderEliminarUn abrazo,
Librerías de viejo. (Elías Moro)
ResponderEliminarSin ser vallisoletano, pero tras haber vivido muchos años allí -y sobre todo los 80 que mencionas- creo que te refieres, Antonio, a la "Librería Relieve" de la calle Cánovas del Castillo que iba de la plaza de Fuente Dorada hacia la Catedral. La llevaba al final heroicamente, como quien vive del aire, Pepe Relieve, que pudo ser memoria del pulso literario local de esas décadas densas del franquismo, y cuyos clientes habituales, lectores o literatos, no fueron necesariamente menores y merecerían salvarse por la memoria narrativa o al menos documentalista de alguien de allí. Busca en la hemeroteca u otras secciones de 'El Norte de Castilla' testimonios y artículos al respecto y disfrutarás de leerlos. (Yo ahora empiezo a recuperar recuerdos fragmentarios propios y leídos de los dueños y habituales frecuentadores de este comercio desvencijado, de madera y a la luz de libros convalecientes bajo una bombilla de 60 w. que acompañaba a la figura grandullona y siempre de pie de su dueño, cordial como los hombres buenos que en invierno se abrigan con el vaho de la voz y con tabaco.)
A la vez, las palabras de esta semblanza de Elías, las he leído disfrutándolas como entre las mejores de las suyas, al lado afortunado de otras varias que de un tiempo acá nos está mostrando.
A sus pies, doña Olga.
ResponderEliminarLo mismo le deseo.
Un beso.
Benditos santuarios laicos, estoy de acuerdo contigo, Juan Pablo.
ResponderEliminarBienvenido.
Antonio, Carlos: mi recierdo para esta semblanza es, obviamente, de una librería concreta de Madrid, donde viví hasta los 23.
ResponderEliminarPero es evidente que esta otra que ambos citáis podría ser intercambiable sin perder un ápice de esa esencia que intento transmitir.
Se me ha olvidado el olor, que también solía ser muy peculiar, acaso producto, como cita Olga en su comentario, de los ácaros y el polvillo sobre el papel viejo.
Abrazos.
Carlos, efectivamente, la librería a la que te refieres debe de ser, por la ubicación que indicas, la misma que yo descubrí un día de otoño del 85. Gracias por esa nueva aportación de datos que vienen a completar mis recuerdos.
ResponderEliminarUn abrazo.
Bonito post, me habría gustado que fuese más largo. Gracias.
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