Me acuerdo de que Marcello Mastroianni, aquel simpático y guapo truhán, escribió un libro donde recordaba el olor de la madera en la carpintería de su abuelo.
Me acuerdo del juego de la rana; había que tener mucho tino para acertar con los discos de plomo en la boca del batracio.
Una ronda de chatos de vino era el pago del perdedor.
Foto Mastroianni: Bert Stern
Es que ese olor a madera, a serrín, no es fácil olvidarlo: más si se ha conocido en la infancia. Yo lo respiraba en mi niñez cada vez que visitaba a una tía mía, pues cerca de su casa había un taller de ebanistería, entonces, siempre a pleno rendimiento.
ResponderEliminarEn cuanto al juego de la rana, ¡maldito sea! Cuidado que era malo lanzándole los discos al batracio. En mi caso, no había rondas de chatos ni apuestas que pagar... pero jorobaba ver a la rana, que parecía estar burlándose siempre de mi torpeza.
Un abrazo.
El de la madera, Antonio, es uno de esos olores -la tierra húmeda, la hierba recién cortada...- que se quedan pegados a la memoria para siempre.
ResponderEliminarY "pa" malo, pero malo jugando a la rana, yo:
creo que nunca acerté ni uno de los tiros.
Más de una ronda me tocó pagar hasta que me di cuenta de mi incapacidad para el jueguecito.
Abrazos.