Esas manos de hierro de los llamadores de las puertas tienen toda la pinta de haber cometido un crimen pasional; las de bronce, en cambio, más finas y elegantes, parecen especializadas en delitos de guante blanco.
Nadie ajeno a ti resolverá nunca tus dilemas morales.
Este es un asunto que tienes que negociar a solas contigo mismo, abriéndote en canal, sajando tus dudas y contradicciones, enfrentándote a cara de perro con tu propio espanto y cobardía.
Y tú, reconócelo, no has sido nunca lo que se dice un hábil negociante.
Ni tampoco un buen -ni siquiera mediocre- cirujano.
Me sucede en ocasiones eso que dicen les ocurre a los amputados: que sienten un dolor imposible en el lugar donde estuvo el miembro ausente, que les pica de vez en cuando el muñón que dejaron de recuerdo.
Pero, ¿cómo se rasca uno el corazón para aliviar las ausencias?
"¿cómo se rasca uno el corazón para aliviar las ausencias?"
ResponderEliminarEsperando el momento, Elías, con paciencia.
Saludos
Me parece que tu relato ha quedado en buenas manos...
ResponderEliminarEl segundo texto ha sido para mí, especialmente hoy, muy revelador y de gran consuelo. Así es, nadie ajeno a mí resolverá nunca mis dilemas morales.
ResponderEliminarUn post sin desperdicio.
Hasta pronto.