lunes, 4 de julio de 2011

Tres


Para caer preso del asco, del horror más espantoso, no hace falta que te suceda a ti o a los tuyos algo terrible o macabro: basta con que abras el periódico, veas los telediarios, escuches los noticieros de la radio a las horas en punto.
O que conozcas un poco mejor a tus vecinos, esas personas normales con las que te cruzas a diario en la escalera o el portal y a las que saludas con una sonrisa inocente, ignorante del todo acerca de lo que serían capaces de hacerte en un momento dado.

Cuando alguien que no eres tú ordena tu biblioteca, el caos suele reinar en los estantes. Pero es que aunque seas tú quien lo haga, y por mucha voluntad y empeño que pongas en la tarea, al poco te encuentras más de lo mismo: confusión y mezcla.
Y es que los libros -¡menudos son ellos!- no se someten fácilmente a nuestros dictados y caprichos.
Afortunadamente, añado.

El tiempo, como un mafioso cruel e implacable, nos exige tributos y renuncias según va caminando a nuestro lado, pasando a nuestro través.
Pero nunca se da por satisfecho con sus cuotas diarias de heridas y sufrimiento, y siempre termina cobrándose, de una vez por todas y sin importarle perder otro cliente más -al fin y al cabo, pensará, la lista es infinita-, la deuda completa.


2 comentarios:

  1. Me voy pensando... creo que hoy podría rebatir muchas de tus palabras.
    Pero siempre un placer la lectura por aquí.
    Hasta pronto.

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  2. Pues para eso estamos, Mercedes, para rebatirnos los unos a los otros aquello que escribimos y mostramos.
    Las unanimidades -en literatura también- me parecen empobrecedoras, sospechosas.

    Y siempre un placer tus comentarios.

    Un beso.

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