El verdadero sangre de
pichón no es un rubí, ni tampoco una metáfora de orfebrería para señalar el
rojo de una piedra preciosa, sino un pájaro único cuyo vuelo en el aire lo
confunde con una llama. Entre pavesa y ave, este hermoso animal nace de la
pasión de los amantes dichosos cuya fortuna vigila. Su comportamiento en pareja
es similar a los inseparables de Fischer, y mientras permanecen juntos, así
también permanecerán sus protegidos. En las tribus del Pacífico suele
encerrárseles en jaulas para de esta manera formar y propiciar el destino de
sus dueños. Tiene la extraña virtud de incendiar con sus aleteos los ocasos de
junio, a los que prestan el resplandor de su plumaje.
Rafael Pérez Estrada
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