sábado, 18 de mayo de 2013

Elogio del pedo



Discurso apócrifo de entrada en la Academia 
 
Señores Académicos, honrado 
al recibir tan alto nombramiento, 
permítanme que mi agradecimiento 
manifieste a los miembros del Jurado, 
y que recuerde al Profesor Pavón, 
y a Don Andrés Gonzalo de la Serna: 
ellos formaron junto a mí La Terna 
para entrar en tan Alta Institución. 
Si resulté elegido fue sin duda 
producto de mi suerte y buena estrella, 
pues tanto a D. José Pavón Botella, 
como al Doctor Gonzalo, por su ayuda, 
mucho les deben mi persona y Obra. 
Por todos es sabido bien de sobra.
             
Esto puntualizado, me permito 
entrar en el discurso, Señorías. 
Mas desearía recordar las guías 
que he consultado para tal escrito. 
Sobre el tema del Pedo, aquí tratado, 
mucho han escrito ilustres pensadores. 
En sus textos hallé sumos valores, 
y justo es ensalzar tan gran legado. 
Me atrevo a destacar los arrebatos 
del códice sutil y malicioso 
que por el siglo XII Don Belloso 
de Córdova escribió: “Sobre los Flatos”. 
O ese otro Anónimo, encontrado en Roma 
que a César se atribuye, titulado: 
“Pedus gloriosus, totum est jiñado”, 
o el más moderno: “Pedos no son broma”, 
que el notable erudito, Don Facundo 
Bernardo de Linares rescatara 
del célebre “Tratado de Guevara”, 
para goce y disfrute de este mundo. 
Sin olvidar cuanto escribió del Pedo 
nuestro insigne Francisco de Quevedo.
             
Pues bien. Sin dilación, ya me aventuro 
en mi “Elogio del Pedo”, preguntando: 
“Señores, ¿Qué es el Pedo?” Y contestando: 
Es sutil mensajero de lo oscuro, 
puntual anunciador de la batalla, 
sigiloso, fugaz, dicharachero, 
la mayor de las veces traicionero 
de la traición mayor, donde las haya. 
Pues casi siempre llega, en mala hora, 
cuando un testigo impide desfogarse, 
y hay que luchar con él, y hay que esforzarse 
por acallarlo. ¡Y al final, aflora! 
¡Y cómo aflora! -digo- ¡Con qué cosa 
sube a la superficie, y se presenta 
sin dar la cara, haciendo que se sienta 
su presencia, patente y generosa! 
Es el Pedo un locuaz y buen amigo, 
que el cuerpo alivia si la tripa suena; 
Pedo, lo mismo cuando chista o truena, 
o abre la puerta por do sale el higo. 
Suele asaltarnos en lugar cerrado, 
donde se aprecia más su quintaesencia, 
y trata por igual a su Excelencia 
-pongo por caso, el Papa- que a un criado. 
Es la justicia el Pedo, pues iguala 
al rico con el pobre sin que importe 
si se comió en posada o en La Corte, 
que viste el Pedo igual traje de gala. 
Un plato popular -pongo por caso 
unas fabes, incluso sin chorizo- 
dan paso a un Pedo poderoso, huidizo, 
generoso, sonoro y nunca escaso. 
¿Y qué decir de toda esa alegría 
que a un buen Pedo acompaña? Ese alborozo 
que siente el viejo, el niño, el hombre, el mozo, 
el clero, la nobleza y burguesía; 
todos felices son ante un buen Pedo, 
pues indica salud, si el Pedo es fuerte.  
Cuando aparece el Pedo, hasta la muerte 
huye vencida por su propio miedo. 
Por eso he de loar, a mi manera, 
con generosidad y verbo exacto, 
la importancia del Pedo, y el impacto 
que causa siempre allá por donde fuera. 
Y en contra de las gentes melindrosas 
que ven al Pedo cual si fuese el diablo, 
al Pedo aplaudo y con el Pedo hablo. 
¡Y dejo aquí dos Pedos como rosas!
             
Ya mi discurso voy finalizando; 
ya, dándoles las gracias, concluyendo. 
Con su permiso, marcharé corriendo, 
pues, Pedo a Pedo, es que me estoy cagando.

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