El texto propio, como la fruta que compramos, hay que ponerlo un tiempo en el frutero, en la cestita, cabe decir en el cajón o en la papelera.
Y a ver qué pasa; no vaya a ser que a las palabras, que tan lustrosas y apetecibles nos parecen en momento de escribirlas (-¡Es que me las comería!-, me digo, glotón y satisfecho, en el calentón del momento), les suceda como a esas frutas, que a los pocos días empiezan a salirles mataduras en la piel y poco después se pudren para acabar de mala manera, y oliendo apestosamente, en la bolsa de los desperdicios.
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Como grumos en la mayonesa, así los versos del poema fallido, tirados por el desagüe del fracaso con un mohín de asco, con un rictus de tristeza.
Imagen de Juan García-Gálvez
a quien agradezco el permiso para su reproducción.
¡Chapeau! Y me atrevería a añadir, "maeztro".
ResponderEliminarUn abrazo,
¡Cuánta razón tienes... en cuanto a la inmediatez! Pero el moho también roe a las palabras, si no se las orea.
ResponderEliminarUn saludo.
He leído muchas poéticas, por mi trabajo. Pero esta tuya, con esos símiles tan físicos y cotidianos que la expresan... Es completamente diferente a todas. Un hallazgo, Elías.
ResponderEliminar______
P.S. Te "he visto" hace poco, en la foto de una lectura en "La voz en espiral" , página estupenda de un gran programa, a la que tengo como amiga en Facebook.
Gracias Isabel, Antonio y Luis por vuestros comentarios. Aunque las poéticas valen para lo que valen; para poco, para qué nos vamos a engañar. Las palabras, luego, hacen lo quieren, siempre te sorprenden.
ResponderEliminarAbrazos.