Vida y color
Nacimos con un pie en los años cincuenta, en un país todavía en blanco y negro. Nos sentamos en la escuela en viejos pupitres de madera, con un hueco para el tintero. Escribimos con plumilla. Echábamos una gota de tinta en un papel de calco y aparecían dibujos simétricos, mariposas o escarabajos. Conocimos el carbón, lo echábamos a paletadas en calderas bruñidas y nos calentábamos al calor de la llama, aunque así teníamos sabañones. Un día, el color entró en nuestra vida a través de los cromos. Un álbum -“Vida y color”- encerraba, en una mezcla muy extraña, los peces más raros de los fondos marinos, un muestrario de flores domésticas y un repaso a las tribus más exóticas de África. Veíamos Bonanza y Superagente 86. Y no teníamos ni idea de que habíamos nacido a la vez que Ben-Hur o los cómics de Astérix y Óbelix. Valentina y los chiripitifláuticos empezaban a ser pedagógicos, ya eran los sesenta en la televisión, precursores de Barrio Sésamo. Pero los personajes de los tebeos que comprábamos en las viejas librerías que entonces no eran viejas estaban más cerca de Berlanga que de Disney. Los fracasados, jetas y morosos de Vázquez o los corrosivos vecinos de la 13 rúe del Percebe de Ibáñez harían enrojecer a los Simpson. Más que con los tiernos cuentos de Winnie the Pooh o la Abeja Maya, emparentaban con el surrealismo de los humoristas de La Codorniz. Éramos los hermanos pequeños de "Cuéntame", con un pie en los años cincuenta, ávidos de vida y color. Vivimos las películas prohibidas, los libros censurados, la libertad secuestrada, pero fueron nuestros mayores los que se jugaron el tipo para que nosotros leyéramos los libros liberados, viéramos las películas desclasificadas, viviéramos la libertad, recuperada. De ahí nos ha quedado una sensación colectiva de asombro y gratitud. Por ejemplo, cuando vemos que el zapato del Superagente 86 se ha convertido en el móvil que usamos hoy en día. O cuando vemos lo útil que resulta saber enmendar los borrones de otra clase tinta que seguimos echando en nuestra vida.
Encarna Samitier (22 de octubre)
Ilustración: Ignacio Fortún
En la coincidencia de esa "Vida y color", vuelvo a aplaudir las virtudes y el buqué de esta productiva Cosecha del 59.
ResponderEliminarUn abrazo.
Las niñas de la añada, además de todo eso, querido Elías, nos pinchamos los dedos con agujas, no de hilar, sino de bordar primores y sueños en blanca batista de Holanda, hicimos manteles a punto de cruz y las expertas, llegaron a ganarse sus cuartos haciendo bordados de lagarterana. Cosimos ajuares y canastillas, y a cada descuido de quien nos enseñaba, debajo del tambor, las aventuras de Gulliver o Flor nueva de romances viejos, Guerra y Paz en fascículos y los libros del Círculo.
ResponderEliminarSabía que esta entrada, Antonio, te iba a tocar la fibra.
ResponderEliminarAbrazo con cromos.
Escribidor: además de todo eso que cuentas, las niñas de la añada también érais el soporte de nuestros sueños púberes y adolescentes.
ResponderEliminarUn placer tu visita.
Abrazo.