Abadano
Por su tamaño y fiereza, es el rey de las selvas de Tagunia. Supera en la cruz la estatura de un hombre y en la carrera alcanza al más veloz. Voraz a todas horas, comerá cuanto encuentre a su paso que pueda triturar su potente mandíbula, incluidas algunas piedras, aunque todo lo despreciará si encuentra su manjar preferido: tiernas flores amarillas. Las húmedas selvas de la isla ofrecen estas flores en contados rincones, y son las que espolean y fortalecen el órgano de la generación. Buscan pareja en primavera para aparearse, el resto del año lo pasan solitarios. Miden su territorio por el prolongado y potente mugido que emiten; si no escuchan el de otro congénere corren a sus anchas en cualquier dirección, pero si otro contesta se irán apartando hasta que ya no se oigan. El eco a veces engaña a los más jóvenes, pero tarde o temprano aprender a diferenciar. El abadano se duerme sin remedio cuando la lluvia lo toca, y durará el sueño lo mismo que el agua. Es un sueño profundo del que no consigue despertarlo nada; una erupción volcánica, una estampida de animales con miedo podrían acabar con él en ese instante. Es también cuando únicamente podría tajársele el cuerno, si su cuerno tuviera alguna virtud que justificara la codicia.
Texto e imagen: Javier Alcaíns
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