sábado, 31 de agosto de 2013

De suegras



Madre política

Para Olga Bernad

Ni es porque fuera la mía, ni yo soy de las que piensan esa estupidez de que todas son unas brujas; le juro a usted, señor agente, que, así en general, no tengo nada en contra de las suegras. Ahora mismito podría citarle media docena de ellas que conozco y son bellísimas personas.

Pero si hablamos de la que a mí me ha caído en suerte, eso ya es otro cantar: porque desde que me casé con su hijito del alma (un calzonazos, este marido mío) muy a su pesar, y en contra de todas sus sucias maniobras para que nuestra relación se fuera a pique, que una de las dos no iba a cobrar la paga de jubilación se veía venir de lejos.

“Pobrecito, mi pequeñín, menuda lagarta estás tú hecha”, parecía decirme con aquel silencio de amenaza envuelto en miradas asesinas.

Y en el mismo banquete de boda, que ya me dirá usted a mí si eso es normal.

Todo fue a peor, claro, desde que se vino a vivir con nosotros: a partir de aquel nefasto momento, mi vida se convirtió en un suplicio sin un momento de respiro.

Conque si había alguna que se lo mereciera, desde luego era ella.

Miraditas asesinas a mí.

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