El
vendedor de cupones pregona alegre su cotidiana y caprichosa mercancía.
Un
parroquiano que está junto a mí en la barra tomando café, ocioso y gozoso, le
compra un par de ellos para el sorteo del día y pregunta al ciego:
-¿A
cuánto asciende la broma (pronúnciese la “c” con seseo), mi arma?
-Contri má, mejó -responde el
otro, saleroso y ocurrente (pronúnciese aspirando la “j”).
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