El
domingo
Estas
apacibles mañanas de domingo dan mucho juego en provincias. Los pensionistas
aguantan un rato más en la cama esperando a la misa de once, y, sentaditos en
el banco de la iglesia, cabizbajos, soportan el chaparrón del cura en lo que
levanta la niebla para ir a la solana de la plaza.
Ellas,
en lo que el marido vuelve del futin
(que ha ido a correr con los amigotes), y en lo que se ponen con la comida (que
luego vienen ellos con la prisa del partido de la tarde) sacan, por tiempos, a
los perritos, porque juntos no pueden estar, que se celan y se muerden. El de
ella es un caniche lameconas y el de él un pastor alemán, que, como apenas lo
sacan por falta de tiempo, tiene la esquizofrenia del perro doméstico: la
locura del balcón.
Al
pastor alemán, como está loco, tiene que sacarlo con bozal (el marido lo deja
suelto sin él) y cadena, pues se tira a todo lo que se mueve, y como tiene
tanta fuerza, es el perro quien saca a pasear a la señora, que va, la pobre,
hecha unos zorros, corriendo de zancajos por donde el perro quiere.
Destrozadita, vuelve a casa, lo encierra en el balcón y coge al lameconas de
sus entretetas, muy amorosa, y, aunque tufe a pis, lo besa con mucha ternura en
los hociquitos y le dice: nos vamos, chichí, mi cielo. Y el lameconas, embutido
como un chorizo en su jerseycito de lana, para que no se resfríe, mueve el rabo
y el sale un guau-guau melifluo, como el suspirito de un maricón.
Los
perros de las ciudades, lo primero que hacen cuando salen a la calle es alzar
la pata y mear, o encoger las ancas, arrugar el culo y ciscarse a su antojo y
libre albedrío. Lo malo no es que falte un guardia municipal que le haga comer
la mierda (a él o al dueño, tanto da) que otros han (hemos) de pisar; lo peor
es que las ecológicas y verderonas dueñas de los lameconas son, por lo general,
gordas como cebonas por san Martín, y, ni pagan más impuestos por las
cochinadas de sus chichís ni por ocupar el doble de acera que los demás.
Con
que, en la próxima declaración, deberían exigirles un plus a la contaminación
por escape (¡pobre ozono!) y un impuesto especial para que, cuando salgan a la
calle, circulen por el carril del bus.
Manuel Díaz Luis (El domingo, artículo publicado el 16 de noviembre de 1995 en “Tribuna
de Salamanca” y recogido en Obra completa, Edifsa, 2009, pág. 440)
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