Me acuerdo del primer semáforo que instalaron en mi barrio: un juguete inesperado ante el que pasábamos las horas hipnotizados por la cadencia perfecta de sus luces cambiantes: verde, naranja, rojo, verde, naranja, rojo…
Tres certeras pedradas acabaron con él a las pocas semanas.
Las pesquisas para encontrar a los autores no tuvieron éxito y jamás vinieron a repararlo.
Después supimos que el color naranja no era tal sino ámbar.
Es verdad, mucho tiempo pasó para que yo descubriera que eso era ámbar. De todas formas lo sigo viendo naranja.
ResponderEliminarUn abrazo.
Si se contemplan varias piedras de ámbar, según de donde vengan, se pueden apreciar varias tonalidades que van desde el amarillo claro al marrón oscuro, así que el más brillante y llamativo es el que se parece al color de una naranja.
ResponderEliminarEs el color del aviso, del consejo, jeje.
Saludos
Con tu permiso, Elías, añado aquí mi recuerdo de cuando vi el muñequito con faldas por vez primera, frente al muñequito "bisexual" que había hasta entonces. Y las carcajadas cuando vi por vez primera que el muñequito se ponía a correr si faltaban 15 segundos, y a volar desalado cuando faltaban 3...
ResponderEliminar(Eso de que la figurilla luminosa se convierta en "monitor de aerobic" para animarnos a niños, jóvenes y ancianos a correr la minimaratón antes de que lleguen los coches, aún me mata de la risa).
Un abrazo grande.
Qué bonita la palabra ámbar... aunque se vea amarillo. Y qué gusto conducir por avenidas oscuras flanqueadas de luces verdes que parecen abrirte paso hacia la noche. Me gustan los semáforos. Aunque mi barrio tenía pocos.
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