domingo, 2 de septiembre de 2012

Charlatán


En Sevilla, aledaños de la estación del ferrocarril. Un charlatán con arte mantiene prendidos en la atención a sus palabras, con su labia festiva, con esa retórica barroca tan del sur, a un corrillo de incautos cosiendo con garbo historias sin hilazón aparente, pero que fluyen como arroyuelos hacia el cauce del río mayor donde desembocan para hacerlo crecer sin pausa. No les concede tregua ni respiro; mucho mi arma, mucho qué arte, quiyo, mucho por la gloria de Triana
Hasta los taxistas, género éste curado de todos los espantos y a los que cabría suponer pendientes de los viajeros que salen de la estación con sus maletas y son el sostén y la razón de su faena, prestan más atención al charlatán que a los posibles clientes.
Desde donde estoy, al calor de una cerveza bien fresquita, me siento un espectador de lujo del sainete, atento a no perder detalle de la comedia bufa que se desarrolla ante mis ojos entretenidos.
Al final, claro, era de esperar, todo se reducía a pasar la gorra, a dar un sablazo, a sacarles unas perrillas a aquel hatajo de ociosos a los que tuvo hipnotizados durante unos minutos con su parla de feriante. Un artista, el tío. Hasta yo estuve a punto de levantarme y contribuir con unas monedas después de aplaudir la función.
Al final, me conformé con brindar por él y su espectáculo con la segunda cerveza.

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