Con algo de niebla marina y unas cuantas ramas de nogal nace la cebra fantasma: en los ojos espuma fría, y en las entrañas barro deshecho de las marismas. Pasta cerca de las playas, dejando un rastro de humedad. Dada su proverbial timidez, son pocos los que han conseguido verla, y de ellos menos aún sabrían describirla con precisión, pues es frágil y evanescente como el aire. Su esperanza de vida es corta: al poco tiempo entra de nuevo en la niebla que le dio cuerpo y se disuelve en ella, dejando sobre la hierba un haz de leña que los pescadores utilizan para calentarse. De noche, encienden hogueras y se envuelven en mantas, y es entonces cuando, proyectada contra la espiral de humo, se dibuja por un instante la silueta de una cebra, un fantasma inquietante que duda y tiembla -pero es el humo- antes de desvanecerse para siempre en el aire y la noche circundante.
Jordi Doce
Jordi Doce
Magnífico,como siempre. Supongo que este "Bestiario" lleva camino de convertirse en criatura sólida y habitable por ojos lectores, cuyo organismo es papel y está recorrido por jugosos ríos de tinta.
ResponderEliminarElías, es la primera vez que te leo, tu poema a la cebra me ha transportado por un momento a una gran sensación de delicadeza.
ResponderEliminarGracias.
Rosa Juan.