Dicen que en alguna parte del mundo existe otra persona que es nuestra viva imagen, un sosia. Cuando yo era un crío, el que a mí me corresponde vivía, para su desgracia y mi regocijo, una calle detrás de la mía. Y digo para su desgracia porque una aciaga tarde, mi madre -¡mi propia madre, tal era el parecido!- me confundió con él.
Sorprendido por la espalda y sin posibilidad de escapatoria ni ocasión para abrir la boca y desfacer el entuerto, se llevó unos buenos pescozones porque no le hacía ni puñetero caso mientras ella se desgañitaba llamándole (me).
Yo, oculto y a salvo de la tunda, me partía de la risa.
A partir de aquel momento, el susodicho, en una reacción exenta de toda lógica y que todavía no acierto a explicarme, dejó de dirigirme la palabra.
Como si la culpa la hubiera tenido yo, no te digo.
Como si la culpa la hubiera tenido yo, no te digo.
No creo que fuera por despecho, sino como escudo protector. El gato escaldado...
ResponderEliminarNo sabría decir qué me gusta más, si el texto -que me encanta- o si la foto que, además de ser preciosa, está llena de sentido, así tratada.
ResponderEliminarEres un hacha, Elías, también en lo gráfico. Lo admiro porque no todo es conocer programitas de edición de imagen y tal y cual; la creatividad y el sentido artístico son los que dan el sentido a la técnica.
Un abrazo.
(Vuelvo a escuchar tu regalo musical, y te digo que es el único caso en el que podría decir "que me canten milongas").
Afortunadamente, no te devolvió las tortas. En aquellos años, hubiera sido más normal...
ResponderEliminarLas relaciones con nuestro "otro" suelen ser conflictivas.
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