Para Isabel Sánchez
“Cuando se lee no se aprende algo,
sino que se convierte uno en algo”.
Goethe
Me resulta muy difícil, casi extraño, catalogarme como escritor. Aunque, bien mirado, y si hacemos caso a la definición que de escritor da el diccionario en su primera acepción, cualquier persona no analfabeta lo sería y yo, por tanto, al igual que vosotros, estaría incluido en ese rol.
Bien es cierto que me gusta escribir, y que de vez en cuando -muy de vez en cuando, si queréis que os sea sincero- me sale un poema que no va a dar directamente a la papelera, o un texto que junto con otros van dando forma, poco a poco, a un pequeño volumen, o relleno algún viejo cuaderno con historias que se me ocurren… En fin.
Pero si de algo puedo estar seguro, es de que soy un lector: fervoroso, impenitente, caprichoso, vago, pasional, infiel, desordenado… un puñetero pajarillo -algunos dicen que de pajarillo nada, que pajarraco y gracias- que va picoteando de aquí y de allá, que salta de autor en autor, que revolotea de género en género y que, como no podía ser menos, alguna que otra vez aterriza herido por la belleza o el horror, por el placer o el dolor de lo leído.
Y si no hay libros a mano pues revistas, o periódicos, o folletines, o manuales, o qué sé yo. Haciendo caso, en un momento de debilidad, a un amigo mío -que un poco raro sí que era, para qué nos vamos a engañar- hasta prospectos de medicinas he leído. Pues bien: este sujeto sostenía que semejantes espantos acaso sean lo más importante que podamos leer porque, en determinadas circunstancias, pueden acabar salvándonos la vida. Una teoría, como podéis suponer, completamente absurda, cercana al desatino y, sin embargo, y aunque parezca contradictorio, no carente de su pizca de razón.
Porque si uno de los mejores destinos que puede tener el ser humano es el de la adquisición de conocimientos que, al fin y al cabo, conformarán su acervo cultural para mejor enfrentarse al mundo -y que en la mayoría de los casos también le harán mejor persona- el camino de la lectura es uno de los más acertados y agradables de transitar. Hay más, por supuesto; así, a bote pronto, yo diría también que el cine, o la música, o el teatro, o la conversación, que como todos sabéis es el arte de opinar con mesura y saber escuchar a los demás. Pero ese sendero de la lectura goza de un estatuto particular, al menos en mi caso, que lo hace mi preferido, el que tomo más a menudo para que me lleve a no sé dónde.
La lectura es un hecho transgresor, rebelde, un acto aparentemente pasivo que, sin embargo, implica una gran valentía: la de la búsqueda en vez de la aceptación. Leer, por tanto, no es sólo instrucción, conocimiento; también es la otra cara de la realidad, aquella que -tantas veces dura y terrible- se nos oculta y a la que sólo se consigue llegar con la imaginación y el sueño.
Porque aquí donde me veis yo he sido faraón en Egipto, escudero de Aquiles en la guerra de Troya, gladiador en Roma, arquero en las Cruzadas, vikingo en Islandia, pícaro en Flandes, cortesano en Versalles, minero en Polonia, explorador en África, samurai en Japón…
He sido señor y vasallo, leal y traidor, víctima y asesino, esposa y amante, erudito y charlatán, prostituta y heroína, ladrón y policía…
He bajado al centro de la Tierra, subido a la Luna, navegado por el Amazonas, peregrinado a la Meca, buceado en el Pacífico, escalado el Everest, cabalgado en las estepas, caminado los desiertos…
Y todo esto tan ricamente, sin sufrir ni un rasguño, y por obra y gracia de esos libros y autores que por deseo de la diosa Fortuna -¡bienaventurada por siempre sea!- los hados pusieron en nuestro camino.
Borges, que imaginó el universo como una biblioteca, decía que gracias a los libros tenemos recuerdos que no hemos vivido. Pues eso, que gracias a ellos, leyendo sus páginas, podemos ser todo lo que queremos y ansiamos, aquello que soñamos y anhelamos y que de otra forma nos sería casi imposible de conseguir.
Bendita locura ésta de la lectura: nunca olvidéis que Don Quijote, aquel loco maravilloso, desfacedor de entuertos, paladín de damas en apuros, sostén del afligido, luchador incansable contra la injusticia y la crueldad, muere cuando recobra la razón y deja de serlo.
Imagen: Iman Maleki
Amigo Elías, no lo dudes: eres escritor. E igual que tú has podido ser todas esas cosas que dices a través de la lectura, así, también yo he podido verme reflejado en el espejo de tus palabras. Quien no lee, definitivamente, no sabe lo que se pierde. Precioso texto.
ResponderEliminarUn abrazo.
Cuando la realidad me ahoga, por tristeza, por impotencia, por rabia... abro esa puerta de papel y, ale, en un segundo, a otro mundo, casi siempre más autentico y satisfactorio.
ResponderEliminarHasta pronto.
Esa fantasia que nos transporta, tanto la lectura como el desahogo en la escritura, es un obsequio de la vida.
ResponderEliminarMis saludos.
¿No me viste en las pirámides, peleando con el Octopus gigantre o haciéndole cosquillas a Gulliver?, pues por ahí andaba, aunque otrras veces nme he perdido en la celda de Próspero o he estado rezando y llorando con Mariana Ozores.
ResponderEliminarComparto tu pasión y tu manera activa de compartir lo que otros escriben, como ahora yo me he metido en tu blog para alabar tu idea y congratularme conmigo misma por ser, ante todo: LECTORA .
Un abrazo Á.
Déjame que te lo diga: eres fantástico.
ResponderEliminarGracias Elías, por dedicarme estas preciosas reflexiones sobre la lectura en las que tan bien expresas lo que tantos lectores/as sentimos.
ResponderEliminarUn beso muy fuerte.