El pasado jueves estuve en Zaragoza, en la librería Los Portadores de Sueños (gracias, Eva y Félix, por vuestra cálida acogida), presentando El juego de la taba, libro hermano de este blog.
Fue uno de esos días que uno atesora en la memoria del recuerdo. Uno de ésos a los que recurrir como lenitivo para aliviar tantos otros en que la vida se ensaña en lo feo y nos sacude de lo lindo.
Antón Castro -a quien por fin pude conocer personalmente, sólo para corroborar con creces la extensión de su afecto, su acreditada bonhomía y generosidad para y con los demás- hizo una presentación para enmarcar: rigurosa y amena, tierna e irónica, ante la que no tengo más remedio que quitarme el sombrero con una reverencia, y manifestar con estas líneas mi deuda perpetua de gratitud hacia él.
No me dejarán por mentiroso otros amigos que también estuvieron por allí acompañándome, abrazándome: Fernando Sanmartín -cicerone ejemplar, amigo perfecto-, Olga Bernad con su resfriado a cuestas, José Luis Melero, bibliófilo y escritor, Julio José Ordovás, Antonio Pérez Lasheras -cuya espléndida edición sobre la obra poética de José Antonio Labordeta, Setenta y cinco veces uno (Poesía reunida 1945-2010), editada por Eclipsados, no me recato en calificar de esencial (tuvo el hermoso gesto de regalármela al final del acto), Emilio Pedro Gómez, Rodolfo Notivol -cuyo Autos de choque (Xordica) no dejaron de recomendarme encarecidamente-... amén de un puñado de oyentes a los que desde aquí agradezco su presencia, su paciencia y su atención.
Entre ellos, una futura estrella futbolística: Jorge Sanmartín, quien con alguna sonrisa también alumbró el encuentro.
Al acabar, durante las cervecitas y los vinos de rigor, tuve el placer de conocer también a Eva Puyó: Cristina Grande -acaba de publicar Tejidos y novedades, una recopilación de sus anteriores libros de cuentos con la incorporación de algunos inéditos- fue quien primero me habló de ella y de su Ropa tendida (también en Xordica), un delicioso libro que acabo de devorar con placer y asombro.
Fue uno de esos días que uno atesora en la memoria del recuerdo. Uno de ésos a los que recurrir como lenitivo para aliviar tantos otros en que la vida se ensaña en lo feo y nos sacude de lo lindo.
Antón Castro -a quien por fin pude conocer personalmente, sólo para corroborar con creces la extensión de su afecto, su acreditada bonhomía y generosidad para y con los demás- hizo una presentación para enmarcar: rigurosa y amena, tierna e irónica, ante la que no tengo más remedio que quitarme el sombrero con una reverencia, y manifestar con estas líneas mi deuda perpetua de gratitud hacia él.
No me dejarán por mentiroso otros amigos que también estuvieron por allí acompañándome, abrazándome: Fernando Sanmartín -cicerone ejemplar, amigo perfecto-, Olga Bernad con su resfriado a cuestas, José Luis Melero, bibliófilo y escritor, Julio José Ordovás, Antonio Pérez Lasheras -cuya espléndida edición sobre la obra poética de José Antonio Labordeta, Setenta y cinco veces uno (Poesía reunida 1945-2010), editada por Eclipsados, no me recato en calificar de esencial (tuvo el hermoso gesto de regalármela al final del acto), Emilio Pedro Gómez, Rodolfo Notivol -cuyo Autos de choque (Xordica) no dejaron de recomendarme encarecidamente-... amén de un puñado de oyentes a los que desde aquí agradezco su presencia, su paciencia y su atención.
Entre ellos, una futura estrella futbolística: Jorge Sanmartín, quien con alguna sonrisa también alumbró el encuentro.
Al acabar, durante las cervecitas y los vinos de rigor, tuve el placer de conocer también a Eva Puyó: Cristina Grande -acaba de publicar Tejidos y novedades, una recopilación de sus anteriores libros de cuentos con la incorporación de algunos inéditos- fue quien primero me habló de ella y de su Ropa tendida (también en Xordica), un delicioso libro que acabo de devorar con placer y asombro.
He vuelto a casa con la maleta llena de libros y nuevos afectos, los mejores pesos con los que nadie puede cargar.
Mi emoción y torpeza me hicieron olvidarme de que llevaba la cámara de fotos en la mochila; allí se quedó.
Olga Bernad tomó la que ilustra esta entrada con su móvil.
Sirva como testimonio de esa noche, para mí, mágica.
Gracias a todos, amigos.
Cómo me alegro. Un beso.
ResponderEliminarCelebro tu alegría. Me alegro en la celebración.
ResponderEliminarUn abrazo.
Me alegra que hayas podido traerte esos momentos de felicidad.
ResponderEliminarUn abrazo
Me alegro muchísimo de que hayas vuelto con la maleta cargada de libros, afectos de amigos y un buen recuerdo.
ResponderEliminarTengo que buscar ese libro.
Hasta pronto.
¡Cómo me alegro de haberme llevado el móvil!
ResponderEliminarPor mi parte, a pesar del catarro y de las prisas (ay), fue una tarde muy bonita. Tienes muchos amigos en Zaragoza y es un honor que me cuentes entre ellos.
Un abrazo.