domingo, 15 de mayo de 2011

Visita al ginecólogo


Ayer estuve en el ginecólogo. Aclaro, que ya os veo venir y no me va a gustar ni un pelo la bromita, que fui acompañando a mi mujer para una revisión periódica (esta expresión me suena siempre como a lo de pasar la ITV).
A ella le gusta que la acompañe a estas cosas. A mí, no tanto, la verdad: eso de que le metan mano a la madre de mis hijas en mi presencia y con mi tácita anuencia, como que no lo llevo muy bien que se diga. Y encima pagando, que ya es el colmo. Ya sé que es necesario, hasta ahí llego, pero no tiene porqué gustarme, estaría bueno. Uno disimula y aguanta, a ver qué va a hacer sin dar el espectáculo, pero de eso a llevarlo bien va un mundo. Yo desde luego, no pienso animarla a que haga lo propio cuando me toque a mí ir al urólogo (cruzo los dedos). Yo creo que estos tragos es mejor pasarlos en solitario, sufrirlos en silencio y en secreto, como un campeón. O como las almorranas.
Claro, que esto lo digo ahora que por ventura no tengo que ir todavía; cuando me llegue el momento, que llegará, lo sé, lo mismo le suplico de rodillas, atenazado por el miedo y con los ojos arrasados por las lágrimas, que se venga conmigo y no me deje solo en semejante trance. Bueno, ya veremos, tiempo al tiempo.

Con la música hubo suerte, lo que no siempre ocurre: el tío del hilo musical que sonaba en la sala de espera había programado para hoy (en caso de que esa música la programe alguien, que no lo sé) una sesión de swing muy agradable al oído. Los jazzmen sabían lo que se hacían. El que caso es que aquella música, aun estando sentado, invitaba a mover la pelvis con un ritmo suave, lo que a lo mejor, de alguna extraña manera que a los neófitos se nos escapa, facilita a posteriori el trabajo exploratorio del galeno. Yo no sé si estas cosas están sutilmente pensadas, como lo de los estantes en los supermercados para meterte por los ojos el producto que les interesa vender.

Luego está también lo de darte cita previa con un mes de antelación por lo menos; que digo yo que para qué te citan a una hora concreta si luego te hacen esperar lo que les viene en gana. Podían ahorrarse el paripé de la puntualidad. Porque tú llegas allí, das las buenas tardes, preguntas al personal con la secreta esperanza de que vayan después que tú en la consulta, y resulta que no, que siempre hay un grupito de pacientes citadas a la misma hora, a las que les han hecho idéntica jugarreta con el horario.
-Yo tengo cita a las cinco -dice una.
-Y yo también -salta otra, guerrrillera, defendiendo su turno casi con uñas y dientes.
-A mí me dijo la chica que me viniera a las cinco por si fallaba alguien -remata una tercera, algo más apocada que la anterior, pero también con un punto de belicosa.
O sea, que sabes cuando tienes que llegar pero no cuando vas a salir, que igual te tiras allí toda la tarde mano sobre mano. Con la de cosas que tienes hacer.

Mientras aguárdabamos nuestro turno, me entretuve fijándome en los cuadros que decoran las paredes de la sala de espera. Había dos grupos, enfrentados entre sí: uno, de acuarelas vagamente bucólicas; el otro, de coloridas y un tanto inquietantes fotos de animales. Sobre las acuarelas sólo voy a decir que el artista del pincelito no parecía estar pasando por su mejor momento cuando las perpetró. A lo mejor es que estaba en tratamiento de algo. Pero lo de los bichos clama al cielo; ¿qué hacen, voto a bríos, en la sala de espera de un ginecólogo, un primer plano a todo color de un águila, con ese pico feroz y amenazante, una viscosa salamandra sacando su también viscosa lengua y una mantis en su postura habitual, con esa hipócrita actitud entre orante y piadosa pero dispuesta a devorar al primer insecto incauto que atrape? Lo dejo aquí, que me conozco.

En contra de mi costumbre, y acaso por las prisas y el aturdimiento -a las cincode la tarde, esa hora tan taurina, yo estoy por lo común durmiendo la siesta como un bendito- no llevaba ningún libro encima. Así que para ver de distraer el tiempo de manera más provechosa -los cuadros, la verdad, no daban para más- y abstraerme de la tensa situación, eché mano de un folleto que había por allí encima de una mesa, y en el que me encuentro con lo siguiente:

Consejos del ginecólogo 


"Para la realización de ecografías ginecológicas (por vía vaginal) se recomienda vaciar la vejiga antes de entrar en la consulta." (Después no vale).
 

"Si la paciente acude por picor o escozor en la vulva o con molestias por flujo vaginal abundante o con mal olor, no debe lavarse los genitales externos ni realizar irrigaciones vaginales o ponerse óvulos antes de ser reconocida." (Como culpable, claro).

Menuda tardecita: entre unas cosas y otras, se me puso un cuerpo jotero.
Como pa mear y no echar gota.
Las cursivas son mías. No he podido resistirme.

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