Para Mariano José de Larra, in memorian
No exagero ni un ápice si digo que mi vida dependía de aquel trámite: de no realizarlo en tiempo y forma me esperaban sin remedio la humillación, el desahucio, la ruina…
Con todos los papeles en regla y la fianza en el bolsillo, llegué a la oficina echando el resuello con la lengua fuera, el alma saliéndoseme por la punta de los zapatos, sudando como un cochino cuando ventea al matarife, con una mirada de loco pintada por la desesperación pensando que llegaba tarde.
Respiré aliviado cuando miré el reloj de la oficina: aún faltaba media hora para que cerraran la ventanilla.
-Huy, pues acaba de marcharse ahora mismo -me dijo bostezando el bedel de la planta cuando pregunté por él-; si se da usted prisa, igual lo pilla.
Lo alcancé casi de milagro en el descansillo, con un pie ya en el primer peldaño.
Le expuse mi inaplazable problema con toda la angustia de que fui capaz, le supliqué que me atendiera, sería sólo un momento, una firmita de nada, qué le cuesta, hombre, le dije casi con lágrimas en los ojos.
-Vuelva usted mañana -escupió displicente a mis súplicas mientras me daba la espalda y empezaba a bajar la escalera dejándome con la palabra en la boca.
-¿Mañana? Mañana vamos de entierro -le espeté, fuera de mí, al tiempo de darle el empujón.
La cabeza hacía un ruido sordo al chocar contra los escalones.
He oído que su sustituto es mucho más comprensivo y eficiente.
... Cuando le hicieron la autopsia, los forenses no fueron capaces de encontrarle el corazón.
ResponderEliminarQué sociedad la nuestra...
ResponderEliminarHasta la vuelta.
Afortunadamente, también hay funcionarios serios que cumplen sobradamente con su tarea. Pero están estos otros... que tampoco se acaban, oiga.
ResponderEliminarUn abrazo.
Si fue sólo un empujón; me llego a llamar Larra, y le pego también dos tiros.
ResponderEliminarPor si acaso.
Abrazos triples.