"Muchos años
después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había
de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.
Macondo era entonces una aldea de 20 casas de barro y cañabrava construidas a la
orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras
pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan
reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que
señalarlas con el dedo."
¡Hostias, qué bien me ha quedado! Cada día escribo
mejor. Aquí hay una buena historia, lo intuyo. Aunque, no sé, me suena de algo.
¿Esto no estará escrito ya en alguna parte?
La historia promete, Elías.
ResponderEliminarYo, que tú, la seguiría...
(consabido guiño cómplice)
Abrazos.
A riesgo de herir tu orgullo, Elías, debo decirte que esto es de lo peor que te he leído -lo cual es bastante inusual-. Yo que tú, llevaría a cabo una de esas sesiones de papeles a la chimenea que ya alguna vez has comentado.
ResponderEliminarLo siento. Un abrazo.