lunes, 11 de marzo de 2013

Canto IV (Tonino Guerra)


Canto cuarto

Hasta que un domingo las ovejas dejaron de comer:
estaban en el prado con la cabeza gacha
y parecían dormidas. El lunes ídem,
el martes tampoco querían beber. Al cabo de un mes,
las patas eran palillos sosteniendo el esqueleto
y los ojos resbalaban por el hueso de la nariz.
Una tras otras fueron cayendo al suelo
y la lana, al tocarla, se deshacía en polvo.

Todas las mañanas la Filomena le cuenta a su hijo tonto
la historia de las treinta ovejas que ya no tiene
y él la escucha boquiabierto. Tiene cuarenta años
pero no los aparenta y ni siquiera le crece el bigote.
Para salvarlo de las mujeres que le bailan desnudas por la cabeza
y le hacen pasar el día masturbándose,
le dijeron que era Caballero del Señor.
Pero, ¿dónde está la espada?
Hay que esperar a que caiga del cielo. Y él espera
mientras su madre vuelve a contarle la historia de las ovejas.

Alrededor de donde están sentados
hay enormes piedras blancas clavadas en los sembrados
desde que una montaña explotó en Perticara y del cielo llovió de todo.
Al final, se levantan y se van hacia casa. Dicen que, a veces,
las enormes piedras blancas se arrastran sobre la hierba
y se van detrás de ellos como si fueran aquellas ovejas muertas.

(La miel, 1981)

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