El acostarte rapidito después de meterte entre pecho y espalda una cumplida cazuela de callos con garbanzos bien regados por unos vasos generosos de “sangre de toro” es lo que tiene; que no bien cierras los ojos, y antes de despertarte con una angustia muy aparente, acuciado por los retortijones más dolorosos y urgentes que recuerdas, normalmente te da tiempo a soñar un poco. Y quien dice a soñar, dice a tener una buena pesadilla.
Sin saber bien cómo (ya
se sabe lo que son los sueños, que nunca se está muy seguro de cómo suceden las
cosas dentro de ellos) iba haciendo un periplo por los museos más importantes
del mundo, destrozando las obras de arte más canónicas y universales: los frisos
del Partenón, la Gioconda, el David, la Victoria de Samotracia, el Guernica,
huevos de Fabergé, las Meninas… En fin, ya veis por dónde va la cosa.
Y lo mejor es que lo hacía
impunemente, cuando no ayudado por los propios guardas de los museos, que me
facilitaban solícitos y amables todo tipo de logística necesaria (escaleras,
martillos, navajas…) para llevar a cabo mis barrabasadas.
-Dele, dele -me decían
en el idioma que tocase-, dele usted
tranquilamente; si total, no se van a dar cuenta.
Yo no salía de mi
asombro. Entre otras cosas, porque los entendía a la perfección, yo, que no
tengo ni pajolera idea de otro idioma que no sea el nuestro. Y de éste, tampoco
mucha, no vayáis a creer que soy catedrático de Lengua; lo justito pa ir
tirando y no cagarla demasiado.
Y a la mañana
siguiente, ni ardores, ni resaca, ni vomitera, ni ná: me levanté como nuevo, oye, fresco como una lechuga.
Mano de santo, de verdad os lo digo; tanto, que me
parece que acabo de descubrir una nueva terapia a base de casquería y leguminosas.
Habrá que tener cuidado con el método, no sea que en otra ocasión dé por romper cráneos viandantes, pongo por caso.
ResponderEliminarComo siempre, agudo y divertido.
Abrazos.