En Yuste. Un cementerio
Al
principio, la Muerte
quizá
no imaginara que en el pueblo
en el
que hace unos siglos
se
retirase un viejo emperador
a
enfrentarse con ella
vendría
a levantarse un cementerio
en
donde descansaran
los
restos de soldados alemanes
muertos
lejos de casa.
En
medio del silencio, en formación
—sus
nombres extranjeros
escritos
en un mármol sobrio y negro—,
reposan
para siempre.
El
silbido del viento en las encinas,
el
canto del jilguero,
las
nieves del invierno y ese fuego
que azota
en el verano,
acompañan,
ajenos, la memoria
de los
cuerpos que abonan
tan
silenciosamente el camposanto.
Viajero,
tú que llegas,
contemplas
el lugar y luego pasas,
no
olvides que si existe
un
cementerio así fue porque un día,
fruto
de la locura
que
agita las entrañas de los hombres,
vino la
Muerte a alzarse
tan
caprichosamente sobre ellos.
Prosigue
tu camino,
y
vuelve alguna vez para llorarlos.
Antonio del Camino
Gracias, Elías, por abrirme las puertas de tu blog y sumar mi poema a esa serie de Yuste que, como sabes, tanto me gusta.
ResponderEliminarUn abrazo.
Un honor, querido Antonio.
ResponderEliminarGracias a ti por compartirlo.
Abrazo.
Los cementerios siempre causan tristeza, pero los alemanes son desoladores y producen mucha más tristeza, por la historia, por la lejanía, por la soledad eterna.
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