sábado, 21 de julio de 2012

Aparcamiento



No tenía ni dos meses. Nuevecito, estaba.
Aparqué el coche, pagué sin rechistar la extorsión de costumbre al fulano que vigilaba el descampado, y cuando volví a recogerlo al rato, me lo encontré con la cerradura forzada, los retrovisores destrozados, dos ruedas con la llanta en el suelo y un sangrante rayón de lado a lado en la puerta del copiloto.
Y el tío haciéndose el sueco a lo fino, dándome largas como Pilatos:
-Yo me lavo las manos, yo me lavo las manos -repetía, nervioso, viéndome venir.
Le embutí la gorrilla enterita en la boca hasta que se puso azul.

3 comentarios:

  1. Si de todos los que van cayendo, hay uno que se lo tiene especialmente merecido, sin duda es este. ¡Mira que dejar que destrozaran así el coche! ¿Para qué sirve, pues, "la extorsión de costumbre"? (Me encanta la expresión.)

    ¿Azul? Morado, se tenía que haber puesto. ¡Vamos, hombre!

    Con cada uno de estos micros sigo acordándome de la frase de Gila: "Me habéis dejao sin hijo... pero me he reío... Me ca..."

    Abrazos.

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  2. Cabreado con razón. Justicia distributiva, sí señor.

    Saludos

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  3. De algo hay que ganarse la vida. Y, por lo que se ve, hasta la muerte.

    Firmado: Un Gorrilla (pero no el de Marías).

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