Hoy he estado repostando en una gasolinera de un pueblo perdido en una carretera secundaria, por no faltar. La España profunda, que antes se decía. Bueno, pues o ya no es tan profunda o es que nos da lo mismo porque no le vemos el fondo al pozo.
¿¡Qué coño ha pasado en este país para que se hayan ido a la mierda sus señas de identidad con más solera sin que nos diéramos cuenta hasta ayer, como quien dice!?
Cuando tú paras en la gasolinera de un pueblo perdido en un secarral como ese que digo, lo que menos esperas encontrarte es con lo que yo me he topado hoy: una nave espacial más grande que el propio pueblo: una cosa entre el Nou Camp de Barcelona y el Guggenheim de Bilbao, entre el Nido de Pájaro de Pekín y la Ópera de Sidney. Climatizada, perfumada, automatizada. Una voz metálica y como sinusítica, andrógina, te daba la bienvenida y el adiós, las luces se encendían solas al detectar tu presencia, hilo musical chill out … Hasta se abrían sin tocarlas las puertas del váter. Coño, que acojonaba un poco.
Joder, a ver si me he equivocado y esto va ser la entrada de la NASA, me dije por lo bajini.
¿Dónde, por dios santo, han ido a parar esas gasolineras de toda la vida, con esos expositores con casetes de Karina o Raphael o Juanito Valderrama, que si andabas mohíno por lo que fuera te comprabas uno, lo ponías en el coche y venga a cantar a voz en grito esas molonas melodías mientras devorabas kilómetros a tutiplén? Una terapia cojonuda que, por otra parte, os recomiendo vivamente.
¿Dónde, ánimas benditas del purgatorio, esos muestrarios de llaveros que nunca comprarías aunque te mataran pero que te alegraban la vista, esas vitrinas cutres con panoplias y estanterías a rebosar de los más espantosos ejemplos -feos, sí, pero con sobrada garantía- de la industria del acero en Albacete? Quiero decir, navajas traperas, cuchillos meloneros, facas para cortar el tocino… Cosas así, útiles y sencillas.
¿Dónde, santísima corte celestial, esos contundentes bocadillos de calamares o de panceta a la plancha que levantaban a un muerto, esos colgaderos con la chacina local chorreando su grasilla, ese mostrador de formica y ladrillo visto o cantos rodaos, ese camarero con mandil a rayas recitándote de corrido las especialidades de la casa?
No sé qué me pasa hoy, yo creo que me han abducido los de marketing de las petroleras.
Había que ver al mancebo que atendía, es un decir, a la clientela, que esa es otra: después de diez minutos bajo un bochorno impropio de la fecha esperando a que saliera alguien a atenderme (no había nadie más, no vayáis a creer que aquello estaba a reventar), entro a preguntar, chorreando sudor, si hay algún problema con el servicio: -Ninguno, colega -me dice el prenda del mostrador-; pero si es gasofa lo que quieres, te la pones tú, que yo no estoy aquí pa eso -me ha largado el tío del tirón. Con un par. Toma castaña pilonga y miel de mil flores silvestres. Y encima, y por si acaso, había que pagar por adelantado. Con tarjeta, por supuesto, nada de esa antigualla del efectivo rebuscando monedas en los bolsillos. Porque ya no había navajas a mano, que si no…
Había que verlo, digo, pesquisando las páginas salmón de los periódicos con cara de enterarse de algo. Y una mierda te vas a enterar tú de los entresijos bancarios y los vaivenes del mercado bursátil: no se enteran los ministros de economía, los gobernadores de los bancos centrales ni los barandas del FMI, y se va a enterar un destripaterrones con mono, que seguro que tiene la boina junto a las chirucas en el vestuario y la vespino trucada en la parte de atrás para cuando acabe el turno, se quite ese uniforme corporativo ("arreglao pero informal", que decía la canción) diseñado por un modisto con un subidón de anfetas, y se largue a buscar a la Yesi con la sana y lógica intención de meterle un buen meneo en la era más próxima.
El tal sujeto tenía un paisano ocioso al lado con una pinta de matarife que tiraba para atrás (este había venido en bici fijo, porque no se había quitado las pinzas de los pantalones y esta pista no falla), chupando un palillo en una comisura y un cigarro de plástico en la otra que no se sacaba de la boca (ninguno de ellos, que era digna de ver tal pericia) ni para preguntar: -¿Cómo está hoy el Ibex, Genaro? ¿Y el Nasdaq? ¿Y el índice Nikei? Porque la Bolsa de Tokio abre antes, ya lo sabes, y siempre es un indicador de por dónde pueden ir los tiros en el parqué y qué barruntan los mercados. ¿Y el diferencial de la prima de riesgo? ¿Y la deuda soberana de los países de la zona euro?
En cuanto se percató de mi presencia, y de la cara que sospecho se me estaba poniendo oyendo el desbarre, empezó a darme unas explicaciones que ni yo le había pedido ni se me hubiera ocurrido hacerlo. Se conoce que el hombre andaba algo aburrido y con ganas de charleta, allí solo el pobre todo el día con el lumbrera del Genaro: -Es que voy a vender un buen puñao de borregas preñás y unas hectáreas de alcornoques de corcha y estoy estudiando posibilidades de inversión del exceso de liquidez. Para diversificar riesgos, sabe usté. Quizá en bienes raíces. Aunque me inclino más bien por las letras del Tesoro, que siempre son un refugio medianamente seguro. O arriesgar un poquito en tecnología: estaba pensando en eso de los ordenadores de la manzana con el mordisco, pero ahora que la ha diñao el baranda... Uf, no sé, no sé -cabeceaba indeciso el rústico inversor. ¿Usté qué opina?
Para opinar estaba yo, no te digo. Yo alucinaba en colores: si me pinchan en ese momento no me sacan ni gota de sangre.
Invierte en manicomios y asegúrate una plaza, estuve a puntito de decirle.
Tú antes llegabas a un sitio de estos y a poco que te descuidaras te veías atravesando una cortinilla de chapas aplastadas de refrescos o cervezas después de apartar con el zapato al perrillo tendido a la puerta; o pegabas la hebra echándote un cigarrito (que ya tampoco se puede, porca miseria) con el mozo de turno, sentados los dos a la sombra de un toldillo o una parra: que si la leyenda de “la chica de la curva” (que parecía que en cada pueblo tenían la suya propia para no ser menos que el de al lado); que si lo ricos que están el “sangre de toro” y los pestiños de la zona; que qué buena viene este año la cosecha de aceitunas (las mejores del mundo, por supuesto). Y si era lunes, vaya mierda de partido que jugó ayer el Madrid, que lo futbolero siempre es un tema que da mucho juego. Que no digo yo que esto fuese el colmo de la modernidad y la eficacia, vale, pero pasabas un ratito agradable, un descansito, una atención, vaya.
Estirabas las piernas, le dabas una alegría a la vejiga, te lavabas la cara para espabilarte, te bebías el tercio de un par de tragos… Pues olvídate de tales momentos felices, todo eso ya ha muerto para siempre; por lo menos en el negocio de la distribución y venta de hidrocarburos fósiles aptos para la automoción.
Salí de allí pitando, y aquí, delante de testigos, juro por mis muertos que no me ven más el pelo por ese sitio como que todavía respondo por el nombre que me puso mi madre.
Que aquí el más tonto hace botijos, y si no ha estudiado neurocirugía ha sido por pereza y no por falta de talento.
¡País!, que decía el Forges.
En cuanto se percató de mi presencia, y de la cara que sospecho se me estaba poniendo oyendo el desbarre, empezó a darme unas explicaciones que ni yo le había pedido ni se me hubiera ocurrido hacerlo. Se conoce que el hombre andaba algo aburrido y con ganas de charleta, allí solo el pobre todo el día con el lumbrera del Genaro: -Es que voy a vender un buen puñao de borregas preñás y unas hectáreas de alcornoques de corcha y estoy estudiando posibilidades de inversión del exceso de liquidez. Para diversificar riesgos, sabe usté. Quizá en bienes raíces. Aunque me inclino más bien por las letras del Tesoro, que siempre son un refugio medianamente seguro. O arriesgar un poquito en tecnología: estaba pensando en eso de los ordenadores de la manzana con el mordisco, pero ahora que la ha diñao el baranda... Uf, no sé, no sé -cabeceaba indeciso el rústico inversor. ¿Usté qué opina?
Para opinar estaba yo, no te digo. Yo alucinaba en colores: si me pinchan en ese momento no me sacan ni gota de sangre.
Invierte en manicomios y asegúrate una plaza, estuve a puntito de decirle.
Tú antes llegabas a un sitio de estos y a poco que te descuidaras te veías atravesando una cortinilla de chapas aplastadas de refrescos o cervezas después de apartar con el zapato al perrillo tendido a la puerta; o pegabas la hebra echándote un cigarrito (que ya tampoco se puede, porca miseria) con el mozo de turno, sentados los dos a la sombra de un toldillo o una parra: que si la leyenda de “la chica de la curva” (que parecía que en cada pueblo tenían la suya propia para no ser menos que el de al lado); que si lo ricos que están el “sangre de toro” y los pestiños de la zona; que qué buena viene este año la cosecha de aceitunas (las mejores del mundo, por supuesto). Y si era lunes, vaya mierda de partido que jugó ayer el Madrid, que lo futbolero siempre es un tema que da mucho juego. Que no digo yo que esto fuese el colmo de la modernidad y la eficacia, vale, pero pasabas un ratito agradable, un descansito, una atención, vaya.
Estirabas las piernas, le dabas una alegría a la vejiga, te lavabas la cara para espabilarte, te bebías el tercio de un par de tragos… Pues olvídate de tales momentos felices, todo eso ya ha muerto para siempre; por lo menos en el negocio de la distribución y venta de hidrocarburos fósiles aptos para la automoción.
Salí de allí pitando, y aquí, delante de testigos, juro por mis muertos que no me ven más el pelo por ese sitio como que todavía respondo por el nombre que me puso mi madre.
Que aquí el más tonto hace botijos, y si no ha estudiado neurocirugía ha sido por pereza y no por falta de talento.
¡País!, que decía el Forges.
Lo has clavao, Elías.
ResponderEliminarSegún lo leía, me lo imaginaba representado por alguno de esos monologuistas que, alguno con cierta chispa, salen en el club de la comedia. O, mejor aún, por el maestro Gila, que, seguro, hubiera dado con el tono preciso y la complicidad que exige el texto.
Sobre esto de las gasolineras (si se me permite) me contaba un amigo que, en cierta ocasión, un expendedor de una de ellas se le quejaba, más o menos con estas palabras: "Mire usté, a mí, cuando comencé a trabajar aquí, hace veinte años, me dijeron, tú echas gasolina o gas-oil con estas mangueras, cobras lo servido, y a otra cosa. Más tarde, me pusieron un aparatito para cobrar con tarjetas, y tuve que aprender cómo funcionaba. Ahora, además, tengo que ocuparme de la tienda: bebidas, chucherías, pan, periódicos...; en fin, que lo que hago ahora con lo que hacía antes, ni se parece."
Vamos, que los tiempos cambian. Y nunca sabemos si a mejor o a peor. O, a lo peor, sí lo sabemos...
Un abrazo.
Pues sí, lo has clavao. Esos casetes de Manolo Escobar o del Fari se echan de menos, ahora vayas donde vayas todo sigue el formato "centro comercial", los yankies nos han abducido, parecemos robots. Y encima amenazan con que enchufemos el coche para repostar. Dentro de poco, mientras repostamos, nos tumbaremos en una cabina hidrosensogilipollesca para reponer fuerzas. Al tiempo.
ResponderEliminar¡Country...!
Algo parecido ha pasado con los bares... las tiendas, las peluquerías, fruterías, etc. La excusa perfecta para los precios que cobran.
ResponderEliminarQué jartá reí! En un momento, a carcajadas: eso de "invertir en manicomios..." Se oye la voz de tu texto, Elías; y se ve el lugar y la escena.
ResponderEliminarUn abrazo grande, y buen fin de semana. (¡Me quedé muy asustada con los dos mil kilos de leña de tu chimenea; manéjalos con cuidado!)
P.S. Ayer encontré por casualidad una reproducción muy bonita de un antiguo juego de la taba; y como este juego "es" ya mi amigo Elías, lo he cogido y te lo voy a mandar enseguida.
Buenísimo, Elías; Me lo he pasado genial leyéndolo. Un abrazo!
ResponderEliminar