Animoso y decidido, impulsado por un súbito deseo de poner tierra de por medio con la rutina que me rodea, subo al desván y rescato mi vieja maleta de su olvido de polvo y oscuridad dispuesto a llenarla con lo necesario para el viaje.
Pero, ¿adónde voy? ¿Echo ropa de invierno o de verano? ¿Añado algunos libros o leeré a los autores locales una vez llegue adonde sea que acabe yendo?
La maleta, animal inmóvil, lleva abierta tres días en el suelo de la habitación, hambrienta, esperando engullir las migajas que le voy echando poco a poco, cada vez con más desgana y aprensión.
No parece el mejor equipaje llenar la maleta con migajas e incertidumbre.
Creo que lo mejor va a ser que aplace el viaje y me quede tranquilito en casa.
Por ahora.
Imagen: Beata Bieniak
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