(Llamado también El muerto en ciertos pueblos de la ribera). Esta variedad de caimán sureño -y en esto apenas se diferencia de sus primos- tiene por costumbre permanecer inmóvil durante largas temporadas, muy quieto como un leño sobre el limo blando y deshecho de las orillas, o arrastrado por las corrientes sin rumbo fijo. Pero no puede evitar que su corazón se detenga de vez en cuando unos segundos, y que su alma infinita escape y cobre fuerza en otros cuerpos donde ha de vivir sin duda otras y múltiples vidas, esas que nadie ve o piensa pero que yacen en la raíz de todas las cosas, lo que puede verse con rara claridad en el frío cuarteado de piel y escamas parecidas al caucho, o, también, en el brillo casi pétreo de unos ojos sin pestañas, esos ojos siempre abiertos con que el caimán vigila las aguas.
Jordi Doce
Muy didáctico. Por cierto, Elías, eres un gran poeta. Y no me cabe duda de que Doce también lo es. La sociedad debería trataro como a estrellas de la NBA, que los lectores de poesía aprendemos cantidubi con vuestros maravillosos poemas.
ResponderEliminarPues muchas gracias, Anónimo -seas quien seas- por tus palabras.De que Jordi es un gran poeta no me caba la menor duda. Y mejor persona aún.
ResponderEliminarPara la próxima estaría bien que te identificaras. Hablar con no se sabe quién me suena un poco raro.
Un saludo.