miércoles, 14 de diciembre de 2011

Cosecha del 59 (6)


Vía Barcelona

Anoche encendí la tele y apareció la actriz Mary Santpere, con quien me unía un lejano parentesco a través de la abuela Natalia. El paso de los años no había desdibujado su inconfundible presencia. Grande, desgarbada, muy histriónica y con un acento catalán que ella exageraba hasta la caricatura, recordé sus años de gloria, cuando era un personaje habitual en el cine, en la televisión y hasta en el circo, pero también recordé sus años de pena y la sombra del maleficio familiar.
En el verano de 1987, su esposo Francisco, un industrial discreto y trabajador cuyo perfil nada tenía que ver con la farándula, embarcó en Barcelona a bordo de un buque de la compañía Transmediterránea con dirección a Palma de Mallorca, pero nunca llegó a las Baleares. En algún momento de la singladura, en alta mar, Francisco se arrojó por la borda. Todo el que se asoma alguna vez por la barandilla de un barco siente la poderosa atracción de las olas, pero también el escalofrío de imaginarse como yo imagino a Francisco: en mitad de la noche, en medio de la nada, teniendo como última imagen la del gran navío alejándose en la oscuridad. Allí se quedó hasta que unos pescadores recuperaron su cadáver a la semana siguiente. Un golpe muy duro para su mujer, del que aparentemente se había recuperado cinco años después cuando, por motivos de trabajo, tomó un avión en Barcelona para trasladarse a Madrid, se acomodó en su asiento, hojeó una revista, curioseó por la ventanilla y, como tantos pasajeros, reclinó la cabeza y quedó en silencio. Al tomar tierra en Barajas, las azafatas se extrañaron de que aquella pasajera no reaccionara con el estrépito del aterrizaje, ni tampoco después, con el revuelo de los pasajeros recogiendo sus cosas y abandonando el avión. Se acercaron a ella para despertarla, alguien la llamó por su nombre y alguien también la zarandeó suavemente, con tanto mimo como respeto. No respondió. Mary Santpere estaba muerta.
Anoche encendí la tele, apareció una película de colores desvaídos y con ella todos esos recuerdos que afloraron por casualidad. Ahora estoy en una estación de Barcelona. Tengo que tomar un autobús hacia la Costa Brava. Mi destino es un lugar llamado Sant Pere Pescador. Me pregunto si es ese mi destino.

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Félix

El día que nació Daniel, Félix le regaló un traje de baturro y un uniforme del Real Zaragoza. Dijo: “Las dos cosas que más van a hacerte sufrir en la vida, Aragón y el equipo de tu ciudad”. Entonces no sabíamos que Dani había nacido solo para ser feliz. El día que falleció Félix, al fallarle el corazón a los cuarenta y tres años, Daniel ya tenía catorce y nos regaló su ingenuidad, sus caricias y la sonrisa inquebrantable de quien ni siquiera sabe lo que es la muerte.

Miguel Mena (3 de agosto)




Ilustración: Ignacio Fortún

Fotografía: Vicente Almazán

2 comentarios:

  1. La recuerdo perfectamente. Grande en todos los sentidos. Y no te comas el coco con el destino, Elías, y disfruta de La Escala, El Estartit, Ampuria Brava... que estarán ahora preciosos y tranquilos. ¡Ah! y estar allí y no ver atardecer en Cadaqués tiene delito.

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  2. Excelentes textos, cosecha "gran reserva".

    Abrazos.

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