viernes, 16 de septiembre de 2011

Un poema de Tomás Rodríguez Reyes


En Lisboa. Sentado en un café
de la Rúa dos Douradores,
soporto la mirada
de Fernando Pessoa.
Acaba de salir de su oficina.
Arranca su zancada de centauro
con el negro macizo de su traje.
En sus páginas ciegas
la claridad
es de otro tiempo,
de un estado cercano a las bondades
de lo que quiso ser
entre los hombres que no fueron.
Como una orquesta oculta
sus pasos le conducen
al margen de su vida,
como una orquesta sorda y paramera.
Entre su vida un silbo se proclama:
era el son de los sueños
que lo habitaban
un son que predicó
a un hombre solo.

Tomás Rodríguez Reyes
(De El huerto deseado, Siltolá, 2010)


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