jueves, 21 de febrero de 2013

Pilar Galán


Primera línea de playa

Desde la terraza del apartamento se ve solo un poquito de mar entre las torres de los hoteles. No importa, a la terraza no salen casi nunca, porque es enana y está abarrotada de colchonetas y cubos. Además, a partir de las nueve de la mañana, el sol cae a plomo sobre los baldosines sin toldos, un lujo, como el aire acondicionado no incluido en el alquiler. Se supone que la vida hay que hacerla en la playa, de ahí las incomodidades del piso, pero a las cuatro de la tarde el Mediterráneo es un caldo incluso para los pequeños, que nunca duermen siesta, aunque aquí, a pesar de los cuarenta grados, caen enseguida.

Aún son las ocho de la mañana y ya se ve el movimiento de las terrazas, los camiones de reparto, el rumor de las mangueras sobre el cemento que arde. Mientras desayuna, hace mentalmente la lista de la compra, prepara el menú, y selecciona que se pondrán hoy. Luego, recoge lo poco que se puede recoger y empieza  a barrer la arena del pasillo, sorteando maletas y zapatos. Queda una hora para que se levanten todos y comience el desenfreno de tazas y turnos de ducha. No sabe qué hacer, porque, aunque ha traído libros, no hay sitio para la lectura, salvo la terraza, donde ha empezado a calentar hace ya rato. En el salón duermen los cuñados, y el baño y la cocina no tienen luz suficiente. Solo queda echarse a la calle y sentarse a tomar otro café hasta que la llamen.

En el portal se cruza con otra mujer que lleva un libro en la mano. Sonríe, porque intuye que ni siquiera es original en esta angustia de calor y agobio, en este sentimiento horrible de contar cuántos días faltan para que se terminen de una vez las malditas vacaciones.

(De Paraíso posible, de la luna libros, 2012)


2 comentarios: