Hoy se cumplen treinta y dos años de la muerte de Álvaro Cunqueiro, un escritor que desde que me lo descubrió mi maestro Ángel Campos Pámpano, se convirtió en uno de mis dioses tutelares: no hay un solo libro suyo que no me haya hecho gozar con su lectura. Desde aquel primero de Fábulas y leyendas de la mar que Ángel me regaló en la edición de "Marginales" de Tusquets, y pasando por Tertulia de boticas y escuela de curanderos o Merlín y familia hasta, por ejemplo, El año del cometa, de donde tomo el fragmento siguiente en humilde homenaje a su memoria de fabulador.
“Tristán”
Fetuccine le dejaba la
casa a la criada, una lyonesa que contratara para el planchado y que terminó
haciendo todo servicio. También le dejaba a la criada, que se llamaba Felisa,
el perro “Tristán”. El perro tenía su mérito: se sentaba al pie de un manzano
que plantara Fetuccine y que no daba más que una manzana, la cual llegaba a
perfecta madurez el día veintiuno de septiembre. El perro se sentaba ante el
manzano, y esperaba a que la manzana cayese. La cogía en el aire con la boca, y
se la llevaba a Fetuccine, el cual la comía goloso. Invitaba al público a que
fuese a la huerta suya a contemplar la función. La gente tenía que esperar a
veces una hora larga, pero la cosa merecía la pena. Fetuccine comía toda la
manzana, y mostraba al público el carozo.
-“¡Giovinezza, primavera di bellezza!” -canturreaba.
Se frotaba las mejillas con el carozo, y se le borraban al instante las profundas arrugas que surcaban su rostro aniñado, y que le habían ido naciendo desde el septiembre anterior. El perro siguió haciendo su trabajo cuando lo heredó Felisa, y se corrió por la ciudad que ésta solamente comía un poco de la manzana, lo que bastaba a explicar su longevidad, y que el resto de la fruta de la juventud la vendía, la mitad secretamente a una rica señora, y la otra a una pupila de la Calabresa que llamaban la Joya, que estaba retirada por el Gremio de Pasteleros y no daba envejecido. “Tristán” cogía la manzana en el aire aunque ya estaba ciego, a causa de cataratas secas.
-“¡Giovinezza, primavera di bellezza!” -canturreaba.
Se frotaba las mejillas con el carozo, y se le borraban al instante las profundas arrugas que surcaban su rostro aniñado, y que le habían ido naciendo desde el septiembre anterior. El perro siguió haciendo su trabajo cuando lo heredó Felisa, y se corrió por la ciudad que ésta solamente comía un poco de la manzana, lo que bastaba a explicar su longevidad, y que el resto de la fruta de la juventud la vendía, la mitad secretamente a una rica señora, y la otra a una pupila de la Calabresa que llamaban la Joya, que estaba retirada por el Gremio de Pasteleros y no daba envejecido. “Tristán” cogía la manzana en el aire aunque ya estaba ciego, a causa de cataratas secas.
Álvaro Cunqueiro
(El año del cometa, destinolibro, 1990)
(El año del cometa, destinolibro, 1990)
Imagen: Scott Campbell
Hermoso texto, uno más del genial mindoniense. Estupendo homenaje.
ResponderEliminarUn abrazo.