domingo, 17 de febrero de 2013

Cristina Grande


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Bandadas de estorninos negros sobrevuelan los tejados de Lanaja al atardecer. A veces las bandadas son grandes y oscuras como nubes de tormenta. Descargan su guano blanquecino sobre todo lo que se pone a su alcance. Son como un mal presagio. Mi abuela friega el suelo de la galería descubierta incluso dos veces al día. No soporta esa suciedad infame sobre las rojas baldosas en las que todas las mujeres de la familia hemos tomado el sol, verano tras verano, hora tras hora, socarrándonos sin precaución alguna, sin que nunca nos cayera encima más que un sol de justicia implacable y un poco obsceno. Hace tiempo que no tomamos el sol, ni siquiera vestidas. La galería se ha convertido en un campo de tiro para las repugnantes aves que tanto odia mi abuela. A veces saca la escopeta con la intención de ahuyentarlas. Pero la obstinación de las aves es inquebrantable. Mi abuelo decía que no son lo mismo pájaros que aves. En la esquina de la galería hay un pluviómetro que ató mi abuelo a la barra de hierro por la que trepa una vieja enredadera. Hoy mi abuela está triste por los que se fueron. No he logrado convencerla para que fuera a votar. Está afectada por la muerte de Félix, el cura que llegó al pueblo siendo muy joven, que nunca quiso que le llamaran don Félix y a quien mi abuela nunca hizo caso, al menos en ese sentido. La silueta de la Manadilla por encima de los tejados de Lanaja nos descansa los ojos y la mente. “Todo es pasajero”, dice mi abuela tal como lo decía mi abuelo.

(De Lo breve, Tropo Editores, 2010)

Imagen de Cristina Grande: Vicente Almazán


1 comentario:

  1. Muchas gracias por el repertorio de textos y personas que nos estás ofreciedo.

    Un saludo

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