Estación de cerezos
...llueve, llueve, no para de llover. Se suceden los cielos, se suceden las voces. Se suceden las horas y las estaciones mientras el tren arranca la cosecha de estar lejos. Pero este año llueve, este año llueve demasiado, dicen, y todo son adverbios y adjetivos y muy pocos verbos que llevarse a la boca.
Hoy llueve. Desde la ventana de mi casa veo una hilera de cerezos florecidos: palabras para los ojos que se quedarán mudas para el paladar. Nadie sabrá de esas cerezas, nadie.
Cruza el tren la estación de no saber y a pesar de todo, sobre todo a pesar de la incertidumbre, a pesar de las cerezas que no brotarán, a pesar del asfalto y gracias a la lluvia, los árboles florecen.
Es esta mancha rosa contra el gris, son estas tempranas flores, empujadas por la memoria de lo que no sucederá, quienes nos avisan de la llegada de un mayo náufrago al andén.
Así las horas, así los días. Así los parques y los árboles urbanos. Así el mercado y nuestra despensa, así la lluvia y los recuerdos. Así las estaciones, el postre y el vagón de tercera para las cerezas. Así la lluvia y la memoria entre el racimo de cerezas que acabo de colocar en el frutero mientras el tren cruza la estación de estar lejos y no saber.
(De La llave de niebla, Calambur, 2003)
¡Qué hermosura! ¡Qué melancolía!
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