viernes, 4 de febrero de 2011

25 años sin E.T.



No me refiero al bobalicón y empalagoso alienígena de la celebérrima película de Spielberg, sino a alguien mucho más inteligente y cercano: hace unos días, mientras conducía escuchando la radio, los contertulios del programa comentaron la efeméride de los 25 años de la muerte de Enrique Tierno Galván, alguien que para la gente de mi generación -y alguna más- se convirtió, por su manera de ser, por su saber estar, por su cercanía a los vecinos, en paradigma de lo que tendría que ser un alcalde.

Cuando "el viejo profesor" murió, yo ya no vivía en Madrid, pero sí lo hice durante los tres primeros años de su mandato como máxima autoridad municipal.
Y de vez en cuando, encontraba pegado en las paredes de la ciudad alguno de sus famosos bandos, escritos con la pluma sabia de quien ha sabido beber de los clásicos.

Con el recuerdo radiofónico martilleándome en los oídos llegue a casa sin percance alguno. Entonces -como en el famoso epigrama de Ernesto Cardenal- me fui a mi cuarto y empecé a releer algunos de aquellos bandos en una de las tres ediciones que guardo de los mismos.


Madrileños:

Es viejo decir poético, con varia fortuna repetido, que con la llegada de la primavera, la naturaleza se viste con sus mejores galas, encubriendo la magra y seca desnudez del invierno con brillantes y copiosos adornos. Pero la humana especie que a veces contraría y repele lo que natura hace, lejos de cubrir descubre y lo que tapado había destapa, en obsequio del más alegre descuidado y gozoso vivir al que el bonancible tiempo invita. Nada tendrá el Alcalde que advertir, respecto de lo dicho, si entre los que tal hacen no hubiere algunos y también algunas que caen en desquiciada y peligrosa confusión, pues hacen de esta Villa lo que esta Villa no es, tomando los ábregos vientos que de la Mancha vienen o los cálidos aires que del africano Sur nos llegan por suaves y marinas brisas y el recio sol de Castilla, que más quebranta que alivia, por el suave y reparador que en los altos montes luce. De tan quimérica visión de la verdad nacen extrañas y peligrosas costumbres, pues desprovistos los hombres de jubón y calzas, pavonéanse en lienzos o lenzuelos, en extremo contentos de sí, aunque hayan las carnes flacas, desdichadas las proporciones y mal encajados los huesos, como si lo hubieran sido por un torpe algebrista. Algo semejante, aunque no igual, ocurre con buena copia de nuestras feminiles visitantes que por esta ciudad vagan y peregrinan y con numerosas vecinas que arrastradas por la antigua y legítima inclinación al discreteo, mas la quimérica confusión que ya dijimos, dan en despojarse, como con particular y escrupulosa atención ha observado el Alcalde de esta Villa, de corpiños, basquiñas, briales y otras prendas, que por respeto no se nombran, faltando poco, en algunos casos, para que tanto mozas como menos mozas en carnes queden. Ocasiónanse de este modo graves y superfluos daños, pues quienes desde el pescante los coches guían, alejan la atención de su principal menester, arrastrados por el invencible deseo de mirar, con menoscabo de haciendas, peligro para la vida y aumento de la común confusión. Sucede además que el grande polvo que la ciudad produce, particularmente en el estío, la quemazón del sol, el rebullir de las simientes y otras vegetales materias en la urbana atmósfera, amén de los humores a cuya expulsión la desnudez promueve, ocasionan salpullidos, llagas, postemas, abscesos y hasta lamparones, males que, según los físicos del concejo, empodrecen los suaves miembros y gentiles cuerpos de las vecinas de esta Corte. Conviene, por último, añadir a lo ya dicho que las buenas costumbres piden comedimiento y mesura en cuanto al destaparse toca, pues en esos lugares de común recreación y roce que son las públicas piscinas, como natura huye lo triste y apetece lo deleitable, exagéranse los destapamientos sin haber cuenta del decoro que cada uno a sí propio debe y del respeto que la tranquilidad de los demás merece. También a veces acaece, cuando los estivales calores son muy grandes, que alguno de nuestros visitantes, para alivio, descanso y alegre algazara y regodeo, se meten en cueros vivos en el agua que llena las tazas de las fuentes públicas monumentales. De cundir este ejemplo, faltarían tazas o sobrarían visitantes, con perjuicio notorio para el bueno y equilibrado proceso de la vida en esta Corte. Amén de que con estos medios, según a esta Alcaldía se alcanza, los ardores, lejos de bajar, aumentan, por lo que se conmina a moradores y visitantes a que no practiquen tan dañosos y censurables usos.
Confía, pues, el Alcalde, que durante el presente estío, visitantes, andantes en Corte y las vecinas y vecinos de esta Villa, de cualesquiera edad y condición que sean, salvo los ancianos de cansada y molida senectud, tengan el debido cuidado en cuanto a lo que en este Bando se aconseja, sin caer en impropias mojigaterías, exageraciones ni afectación de virtud.

Madrid, 25 de Mayo de 1984


Me acuerdo del multitudinario cortejo fúnebre (aquellos caballos empenachados, aquella emoción sobrecogedora, aquel gentío) en el entierro de Tierno Galván por las calles de Madrid.



2 comentarios:

  1. Gracias por compartir este cercano recuerdo. También yo disfrutába con aquellos Bandos municipales, tan ajenos a la "oficialidad", tan ricos lingüisticamente, tan festivos, sin perder de vista la verdadera intención que los movía.

    El elegido para ilustrar esta entrada, quizá de los mejores o de los más recordados (así, a bote pronto, junto con el de los mundiales del 82), una verdadera delicia.

    ¡Cuánto se echa en falta en estos tiempos a figuras como Tierno Galván en la política? ¿No las hay? ¿Huyeron del mundanal ruïdo al ver lo que se cuece...?

    Un abrazo.

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  2. Qué bueno el bando y qué grande él. ¿Sabes? era vecino de mi abuelo (en la calle Ferraz) así que compartimos ascensor algunas veces.

    Un beso.

    Ps. un día te contaré una divertida anéccdota.

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