Jugar ceñudamente al ajedrez.* Demorar el enroque por si el rey debe batirse a campo abierto. Ubicar el caballo dama dominando los escaques principales. Lanzar ataques sin temor. Seguir jugando y, según llevemos blancas o negras, usar la Siciliana, el Volga, la Dragón, el Muro de piedra, la Española o la Pirc.
Dar el “mate de la coz” y parar el reloj al tiempo que saludamos al adversario.
Ensayar otra apertura, otra defensa más.
*Carlos Barral
Imagen: Fisher y Spaski en 1970
Elías, qué a tiempo llega esta entrada tuya con las palabras de Barral. En las últimas semanas he vuelto a jugar al ajedrez, algo que, practicado hasta el cansancio en tiempos de mi adolescencia, fui olvidando casi por completo. Parece que poco a poco mis neuronas vuelven a coordinarse en toda esa estrategia de enroques, aperturas y celadas. De vez en cuando, consigo dar un mate... ¡Cuánta magia en este milenario juego! ¡Y cuánto de él hay que cuidarse para no acabar atrapado hasta la locura en su tela de araña! Lo dicho: bien traído.
ResponderEliminarUn abrazo.
Antonio: yo lo aprendí (es un decir) pasados ya los veinticinco. Durante unos años me sumergí en ese mundo en blanco y negro con una especie de fiebre de la que ahora sólo quedan rescoldos. Y algunos libros y recuerdos.
ResponderEliminarMe sigue gustando, pero ya no lo practico.
Abrazo.