Entre nuestros deseos y la realidad siempre hay una barrera o impedimento, a modo de foso en el castillo, que hay que atravesar afrontando sus peligros, su agua turbia y profunda, los cocodrilos hambrientos que la pueblan.
El puente levadizo, que nos permitiría acceder a esos deseos de un modo fácil, ilesos y a salvo de todo percance, casi nunca está tendido cuando queremos cruzarlo, ya sea para entrar, ya para salir.
O ya sea, también, para quedarse.
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