Para Jorge Sanmartín y Jorge Melero, forofos mañicos.
Después de la siesta obligatoria, todavía con los bocadillos de la merienda en la mano (pan con chocolate, pan con salchichón, pan con plátano, pan con mortadela…), en cuanto nos juntábamos ocho o diez en el erial junto a la tapia de las vías, nos faltaba tiempo para echar los equipos a pies. Lo de “echar a pies” tenía su ciencia, no vayáis a creer que era un asunto baladí. Se sorteaba quien empezaba y el que ganaba escogía el sitio y calculaba la distancia a recorrer buscando ser el primero en elegir. Los jugadores se iban pidiendo de manera alternativa (este para mí, este para ti) y en función de su acreditada, o no, destreza futbolística. Si quedaba alguno de pico por ser impares, jugaba un tiempo en cada equipo. El gordinflas y el gafitas (que nunca podían faltar en cualquier pandilla que se preciara de tal, eran como las mascotas) ya sabían de sobra que iban a ser los últimos de la lista y que solamente jugarían de porteros. Lo tenían asumido de antemano. O eso, o nada, ellos verían. Bueno, siempre y cuando uno de los dos no fuera el que ponía el balón; entonces la cosa podía complicarse hasta extremos insospechados, en ocasiones con cruce de golpes e insultos incluidos.
Si no había riñas ni interferencias y todo discurría por cauces normales, con un par de piedras gordas o unos jerséis hechos un gurruño señalábamos las porterías y venga, a dar patadas al balón que para luego es tarde. Sacaban de centro los que habían perdido a pies. El larguero, claro, era imaginario y motivo muchas veces de enconadas disputas. Al final, los remates altos eran dictaminados como buenos o malos por el dueño del balón que siempre barría, lógico, para casa. Y si éste era “de reglamento” convenía (ya que el feliz propietario, que solía ser un paquete de cuidado, ejercía de facto el papel de árbitro), además de no porfiar demasiado acerca de sus peregrinas decisiones (faltas que no eran o sí; penaltis que sí o que no; saques de puerta o de banda a favor o en contra…), pasárselo de vez en cuando para que no se mosqueara más de la cuenta y se fuera para su casa con la pelota bajo el brazo dejándonos a mitad de partido con un palmo de narices y con un cabreo de no te menees. Pero esto también estaba asumido tácitamente por todos.
Todo esto, claro, si antes, y por obra y gracia de un patadón sin rumbo cierto, el balón no se había colado en el patio de algún vecino cabrón (o vecina cabrona, porque había algunas con una mala leche...), lo que suponía que el encuentro acabara de manera abrupta, algunas veces recién comenzado. Pero si todo transcurría por cauces normales los partidos podían durar tres o cuatro horas hasta que la oscuridad, implacable reloj, definitivo juez, pitaba el final. Porque las pocas farolas de la calle, que parecían tiesas solteronas de guardia en algún baile de posguerra para impedir lascivias y toqueteos no autorizados, contrarios a la moral imperante, alumbraban menos que una linterna de petaca. Las que alumbraban, porque lo normal es que la mayoría estuvieran fundidas, víctimas inocentes de la puntería de alguno con el tirachinas. En ese entretiempo entre la luz y las sombras, en ese declinar de las tardes en cualquier estación del año, así cayesen chuzos de punta o nos asáramos de calor, un frenesí de cuerpos en ebullición como búfalos en estampida, como sementales en celo en pos de hembra recelosa, como huestes medievales al asalto de un fortín, corríamos desaforados detrás de la esfera de cuero o goma. Sin descanso, sin desmayo, sudando a chorros con el torso desnudo o empapados bajo la lluvia y con el moco colgando.
Los partidos solían acabar con marcadores que quitaban el hipo y más propios de balonmano y hasta, si me apuras, de baloncesto: 29 a 25, 38 a 32, 57 a 48… Normal, ya me dirás; porque con un gordo y un cegato de porteros, también llamados arqueros y/o guardametas, los tíos no paraban ni una: cada vez que el esférico (¡tomay cultismo futbolero1) rondaba su área se echaban a temblar como flanes y se venían abajo cual suflés mal hechos. La portería se les figuraba el arcoíris: no hubieran despejado un balón de playa en una portería de futbolín. Y como el remate viniera un poco fuerte, alguno hasta se apartaba corriendo de la trayectoria, no fuera a ser que el balonazo lo sentase de culo o le rompiera las gafas y encima cobrase al llegar a casa.
Me río yo ahora cuando veo algún partido por la tele y los comentaristas, a los que les cuesta un mundo rectificar cuando la cagan (y la cagan bastante, que hay veces que parece que estén viendo una obra de teatro del absurdo o una función de ballet contemporáneo), se lanzan a desgranar las tácticas y los sistemas utilizados por los equipos como si estuvieran explicando un sesudo ensayo sobre matemáticas aplicadas a las dimensiones del campo o un manual de biomecánica experimental para mejorar la estrategia y el rendimiento deportivo de los sujetos en calzón corto: que si el 4-4-2; que si el dibujo táctico parece un falso 4-3-3 convertible en un 4-5-1 según convenga; que si el medio centro no bascula a tiempo en su labor de contención o el carrilero izquierdo no pisa la línea de cal; que si el enganche del interior con la delantera es escaso e intermitente por no decir nulo; que si el rombo o la ausencia de extremos o la escasa pericia en la salida del balón por parte de los centrales van a acabar penalizando el resultado… ¡Joder con los pitonisos del área, la madre que los parió a todos, qué a gustito se quedó la buena señora! Por cierto, tanta labia insulsa como tienen para dar la matraca y ya nunca dicen aquello tan poético y bonito del “defensa escoba” o “la línea imaginaria de medios” o "el trencilla señaló sin asomo de duda el punto de castigo".
Yo es que me descojono cuando los entrenadores y los jugadores se lamentan como plañideras menopáusicas porque tienen que jugar un par de veces a la semana y la hierba está un poquito alta o seca, o corta o húmeda, o hace frío o calor. O todo lo contrario. El caso es quejarse de lo que sea, venga o no a cuento. Valientes mataos: dos partiditos a la semana en una alfombra verde y no hacen más poner pegas. Por no hablar del dineral que cobran unos y otros. Vergüenza debería darles a todos. Un pico y una pala les daba yo para que supieran lo que es bueno. Nenazas, eso es lo que son esta panda de figurones y maniquíes: unos nenazas y unos cantamañanas. Los jugadores, los entrenadores, los comentaristas, los directivos, y hasta los utilleros, si me apuras. Es que se me calienta la boca con estos minudundis y me pongo de una leche...
Nuestra liga se jugaba a diario sin tantas pamplinas ni mariconadas. Y en un pedregal más seco que el ojo de un tuerto. Aquel descampado triturador de meniscos y tobillos, de tibias y peronés, aquel terruño asesino lleno de trampas y socavones, aquel barbecho infame coto de ratones y lagartijas que sólo con grandes dosis de buena voluntad podría denominarse terreno de juego, parecía la luna después de un buen terremoto. Y los sábados, domingos y fiestas de guardar, o cuando se terciara, hasta jornada doble jugábamos. Y aquí estamos. Sin tácticas ni entrenamientos. Sin pizarras ni vídeos. Sin masajitos ni agua milagrosa ni hostias que te crió: patada hacia adelante y a lo que saliera. Desde luego, finos estilistas, como también se dice ahora de manera pomposa, no éramos, para qué nos vamos a engañar a estas alturas. Nosotros éramos más de "A mí el pelotón, Sabino, que los arrollo", como dijo aquel en un arranque de testosterona. Cuando no pillabas el balón y regateabas hasta al lucero del alba esquivando por el camino hacia la meta tarascadas criminales. Algunas veces el ofuscamiento con la pelota era de tal calibre que marcabas gol en tu propia portería y lo celebrabas como si fuera la final del Mundial en el último minuto de la prórroga y jugando con nueve. La bronca de los colegas era morrocotuda: chupón de mierda y tarao de los cojones era de lo más suave que podía caerte encima. Y con razón. Pero ese momento de gloria íntima no te lo quitaba nadie. Y ojito al parche, que aquello no era ninguna broma, eh: ya dijo alguien con pleno acierto que no hay nada más serio que un niño cuando juega.
Y todo esto sin árbitros propiamente dichos, ni jueces de línea (siempre me ha gustado esta expresión mucho más que la foránea de linier, al igual que prefiero saque de esquina a córner, fuera de juego a orsay), ni delegados de equipo, ni ruedas de prensa…
En aquellas épicas contiendas, porque recordadas desde la distancia épicas me parecen, el árbitro brillaba por su ausencia. Normal por otra parte, porque a la vista de nuestras acreditadas burricie y falta de remordimientos, ¿quién coño iba a ser tan descerebrado como para querer arbitrar partidos así?
Imagen: Narcis Darder
Si la memoria no me falla, feliz cumpleaños y que los años no pesen, más bien se disfruten. Abrazos, Carlos
ResponderEliminar¡Buenos y felices días, amigo! Muchas felicidades en tu cumpleaños.
ResponderEliminarQue sigas siendo sin desmayo, siempre, la persona de gran calidad humana que eres, que ennoblece lo que toca.
¡Y "al ataque" con esos relatos breves y con todo lo que salga de esa creatividad admirable!
Un abrazo fuerte.
Te llamo luego.
Menudo repaso a esos partidos, genial, brillante. Y qué me dices de ese portero que subía a rematar el saque de esquina o de banda y la cagaba, y ese palomero que se quedaba de delantero cuando todo el mundo subía, patadón de la defensa y de quedaba solo ante el portero, y ese artista que iba haciendo cachitas a diestro y siniestro hasta que llegaba el defensa tipo Arteche y le pegaba un patadón que le levantaba las dos piernas. ¡Qué tiempos!
ResponderEliminarY muchas felicidades, que no lo sabía, nos separan cuatro días (y un porrón de años, jeje).
Abrazos cornúpetas.
Por fin puedo asomarme a la ventana, aunque, eso sí, con equipo nuevo, que el otro ha quedado vencido y desarmado; como mi cartera, ante la adversidad surgida. Dicho esto, y aún por atar algún que otro cabo en el nuevo ordenata, dos cosas: en primer lugar, cumpleaños feliz; que sigan muchos y podamos seguir celebrándolo contigo. En segundo, y ya relativo a la entrada de hoy: que sigo celebrando estas tus Notas para esbozar apuntes, asumiéndolas como propias al identificarme tanto con protagonistas como con escenarios. Además, guardan el sabor y el calor de un tiempo que siempre contemplamos en presente, a pesar de los años y de las circunstancias. Y eso las hace aún más cercanas y entrañables.
ResponderEliminarUn abrazo.
No te falla, Carlos, no te falla. En cuanto al disfrute, haremos lo que podamos.
ResponderEliminarY tú que lo veas.
Gracias amigo.
Abrazo.
Muchas gracias, querida Isabel. Los años van cayendo poco a poco (bueno, a su ritmo natural) pero intentaremos seguir en la brecha todo lo que podamos.
ResponderEliminarBesos.
¡Coño, Ridao, es verdad, el "palomero".
ResponderEliminarEn mi barrio solía ser el gordito, que no iba a estar el sobre todo el partido subiendo y bajando.
Arteche, Benito, Migueli, Panadero "Díaz"...
Sí señor, tíos con todo el bigote. Por cierto, que ahora casi ningún "figura" usa bigote. Otro signo de la decadencia de los tiempos.
Y nada, felicidades también para ti (no sé si con cuatro días de adelanto o de retraso).
Abrazo por toda la escuadra.
hola elias,soy jorge sanmartin,muy chulo el articulo,me recuerda a mi cuando juego en el pueblo.gracias.
ResponderEliminarGracias, Jorge. Me alegro de que te haya gustado este recuerdo mío que, por lo que dices, aún pervive por ahí.
ResponderEliminarUn abrazo.