Existe una playa en las
costas septentrionales de Anad, llamada de las Sirenas, donde al caer la tarde
los delfines se congregan en la orilla para escuchar el sonido del viento entre
los juncos y las dunas; creen que alguien los llama desde la distancia,
haciendo sonar la arena entre sus dedos. Algunos lo escuchan tan embebidos que
pierden la cuenta de las horas y yacen inmóviles, petrificados en los bajíos,
incapaces de reaccionar. Por la noche, la marea creciente los empuja como leños
contra las dunas, contra la negrura donde, ignorantes del engaño, se dejan
morir en manos de un músico invisible.
Jordi Doce
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