Copa de por medio, te confiesas con el camarero con más soltura y sinceridad de lo que lo harías nunca con el cura.
El barman acostumbra a derrochar con los clientes más paciencia y comprensión que el clérigo ante sus ovejas, seguramente porque él también se habrá visto en otras parecidas. Su cabeceo de aprobación a
tus pesares o de solidaridad con tus alegrías, vale tanto o más que el etéreo
perdón que te otorga displicente el de la sotana tras el relato de tus pecados como un trámite obligado de su
profesión, igual que si sellara mecánicanente una instancia mil veces vista.
Y encima el
camarero, si hace falta, te invita a la última, te acompaña hasta la puerta y llama a un taxi para que llegues sano y salvo a tu casa.
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