viernes, 11 de enero de 2013

Sospechoso


Aquel tipo tenía una cara de sospechoso que tiraba para atrás. No sé de qué delito, si atroz o apenas doloso, pero seguro que lo era de alguno. Siempre que le era posible caminaba pegado a la pared, el cuello del abrigo subido hasta las orejas, gafas oscuras a cualquier hora, una peluca penosa, la bufanda tapándole media cara; como si temiera que lo reconocieran o fuera a, o volviera de, cometer algún atraco o asesinato a deshora.
Ante semejante actitud, yo empecé a sospechar del sospechoso. Y el averiguar de qué lo era o podía serlo se convirtió en una obsesión. De modo que una noche lo acorralé en un callejón oscuro y apartado, dispuesto a sacarle una confesión a toda costa. Sin importarme los métodos, legales o no.
No colaboró en lo más mínimo, no soltó prenda, no dijo ni mu: se agarraba como un poseso a su derecho a no declarar en su contra y a la presunción de inocencia con una tenacidad irritante. Resultó ser un legalista tozudo de esos que no colaboran para nada. 
Sea; estaba en su derecho, sí, de acuerdo. Pero yo le opuse a su argumento que aquel no me parecía ni el momento ni el lugar oportunos para formulismos burocráticos o legales y que tampoco están las cosas como para andar perdiendo el tiempo a lo tonto con cabezonerías estúpidas que, ya verás, le dije, no conducen a nada bueno.
Así que allí lo dejé, inmóvil para siempre en el callejón con su presunta inocencia a cuestas, callado como un muerto.
Y ahora el sospechoso soy yo.

3 comentarios:

  1. Me temo que todos somos sospechosos habituales...

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  2. Y es que, a la postre, venimos a ser víctimas de nuestras propias obsesiones.

    Veo que sigue creciendo este rol negro. Y siempre con buen pulso.

    Abrazos.

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  3. Muy buen micro. Como tiene que ser.

    Un abrazo.

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