miércoles, 17 de julio de 2013

Se están perdiendo las formas



Lo maté porque siempre se marchaba sin pagar.

No había cena, comida, o unas simples raciones en cualquier tasca en que no me hiciera siempre lo mismo.

Y yo, aguantando como una tonta.

¡Cuánta razón tenían mis amigas al decirme que tuviera cuidado, que “ese tipo” (así se referían a él con desprecio) se estaba aprovechando de mi inocencia y candor!

Con los más peregrinos motivos, y como dándome a entender que me estaba haciendo un favor, a la hora de pagar desaparecía con cualquier pretexto en los labios:

“Voy a buscar tu abrigo al guardarropa”. “Voy a acercar el coche a la puerta”. “Voy un momentito al servicio”.

Excusas baratas.

Y mientras, el camarero allí, firme como un garrote a mi lado con la factura en la bandeja de alpaca bien a la vista, con todos los comensales del local pendientes de la escena.

Esto no lo hace un caballero.

Y lo mire usted por donde lo mire, semejante comportamiento es absolutamente intolerable.

Una dama jamás debería verse en esta situación.

Lo peor, sin embargo, ha sido tener que darles la razón a mis amigas.

Cualquiera las aguanta a partir de ahora.

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