domingo, 7 de julio de 2013

Perro y carro


Junto a la segunda fase de unifamiliares del Irvi hay un perro encadenado a un carro. Es un perro cabezón, con molde de bóxer y trazas de perro callejero. Tiene la piel marrón, un poco atigrada y una pechera blanca que le baja por las patas hasta ponerle calcetines. Resulta a la vez fiero y doméstico: fiero porque está encadenado al eje del carro, doméstico porque no hace nada. Pero lo que más me llama la atención es su mirada: tiene una mirada tan radicalmente triste que no asusta. Jamás me ladra, pero nunca me acerco demasiado. Y no por miedo, sino por lástima. A veces, cuando me ve pasar, se sube al carro, y otras ni tan siquiera levanta su enorme cabeza de las patas. Nunca hasta hoy he sentido ganas de liberarlo del carro y la cadena. Esta mañana, sin duda un poco blando por la desproporcionada caminata que me he metido, la lástima me ha invadido y esa idea se me ha cruzado por la cabeza. Afortunadamente me ha pillado en negativo: seguro que si me acerco a soltarlo me muerde la mano.

José Ignacio Foronda (Días bajo el sol, Pepitas de calabaza, 2011)

Imagen: Josep Bou

2 comentarios:

  1. Sí que lo es, Manuel; como todo el libro: magnífico. Te lo recomiendo.

    Abrazo.

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