De unos años a esta parte, y según he ido envejeciendo, alimento la firme sospecha -por no decir que tengo la certeza, que es una expresión tan rotunda que casi da miedo el escribirla- de que las tardes de los domingos son como ese trozo de la tarta que al final nadie se come. Acabamos la semana tan saturados de tragar y tragar tantas cosas que no nos gustan que el último resto ya es superior a nuestras fuerzas.
¿He dicho nadie? La excepción a la regla serían los convictos -que no confesos- del funesto pecado de la gula, esos adictos al azúcar y las grasas saturadas -cabe decir de trabajos y obligaciones sin cuento- que suelen arramblar con disimulo, mas sin pudor alguno y pellizcándolas con los dedos, con las últimas migajas del bizcocho, y que suelen acabar la fiesta con las comisuras de los labios y la pechera de la camisa pringosas de crema y merengue. Dan un poco de asco, la verdad.
Quiero decir que para los que no somos en exceso amantes de las tardes de los domingos, ni del trabajo, ni de las tartas -en las tardes dominicales la palabra “amante” toma otro significado mucho más placentero, tal es el poder de las preposiciones-, ese tiempo lento, insulso y feo como un suflé mal calibrado en sus proporciones e ingredientes y que se hubiera venido abajo de repente, esas horas aburridamente televisivas o radiofónicas, pueden ser el caldo de cultivo que nos lleve a imaginar y aun cometer las más absurdas barbaridades: patear perros por las calles, disparar al buen tuntún por la ventana contra viandantes y automóviles con la escopeta de balines, arrojar basura y otras pestilencias por el balcón ("¡Agua vaaaaa!"), poner a todo volumen el Carrusel Deportivo… Yo confieso haber perpetrado alguna de éstas, pero no pienso decir cuáles así me maten. Por si acaso alguien trama venganza, que hay gente muy rencorosa por ahí. Y comprenderéis que no voy a ir dando pistas para facilitarles la labor.
Ahora mismo, que es domingo por la tarde, que encima llueve y hace frío, estoy pensando muy seriamente en volver a poner en práctica cualquiera de esas opciones u otras igualmente similares y dañinas. Pero entre mis dudas eternas -¿qué hago: pateo, disparo, arrojo…?- y mi pereza congénita, creo que lo voy a dejar para el próximo domingo a ver si mientras tanto mejora el tiempo y el ánimo. Claro, que teclear estas líneas también puede parecerle a alguien una barbaridad semejante a las citadas. Si no peor, que el personal puede ser muy retorcido cuando se aburre. Sobre todo, los domingos por la tarde.
Los poetas, esos cursis, dicen, lánguidos y ojerosos, que en la tarde del domingo germina la melancolía para toda la semana. Menuda ocurrencia.
Conque del próximo domingo por la tarde no pasa: melancólico y todo, después de rebañar los últimos restos de la tarta que pienso meterme entre pecho y espalda mientras escucho el Carrusel y llueva o no, haga el tiempo que haga, poeta que vea desde mi ventana, poeta que se lleva un perdigonazo.
Por cursi y por redicho.
A ver si después sigue opinando lo mismo.
Quiero decir que para los que no somos en exceso amantes de las tardes de los domingos, ni del trabajo, ni de las tartas -en las tardes dominicales la palabra “amante” toma otro significado mucho más placentero, tal es el poder de las preposiciones-, ese tiempo lento, insulso y feo como un suflé mal calibrado en sus proporciones e ingredientes y que se hubiera venido abajo de repente, esas horas aburridamente televisivas o radiofónicas, pueden ser el caldo de cultivo que nos lleve a imaginar y aun cometer las más absurdas barbaridades: patear perros por las calles, disparar al buen tuntún por la ventana contra viandantes y automóviles con la escopeta de balines, arrojar basura y otras pestilencias por el balcón ("¡Agua vaaaaa!"), poner a todo volumen el Carrusel Deportivo… Yo confieso haber perpetrado alguna de éstas, pero no pienso decir cuáles así me maten. Por si acaso alguien trama venganza, que hay gente muy rencorosa por ahí. Y comprenderéis que no voy a ir dando pistas para facilitarles la labor.
Ahora mismo, que es domingo por la tarde, que encima llueve y hace frío, estoy pensando muy seriamente en volver a poner en práctica cualquiera de esas opciones u otras igualmente similares y dañinas. Pero entre mis dudas eternas -¿qué hago: pateo, disparo, arrojo…?- y mi pereza congénita, creo que lo voy a dejar para el próximo domingo a ver si mientras tanto mejora el tiempo y el ánimo. Claro, que teclear estas líneas también puede parecerle a alguien una barbaridad semejante a las citadas. Si no peor, que el personal puede ser muy retorcido cuando se aburre. Sobre todo, los domingos por la tarde.
Los poetas, esos cursis, dicen, lánguidos y ojerosos, que en la tarde del domingo germina la melancolía para toda la semana. Menuda ocurrencia.
Conque del próximo domingo por la tarde no pasa: melancólico y todo, después de rebañar los últimos restos de la tarta que pienso meterme entre pecho y espalda mientras escucho el Carrusel y llueva o no, haga el tiempo que haga, poeta que vea desde mi ventana, poeta que se lleva un perdigonazo.
Por cursi y por redicho.
A ver si después sigue opinando lo mismo.
Eres tremendo... me recordaste a Savater que decía: "hay placeres incompatibles con nosotros los humanos, que no nos corresponden, que afirman un sentimiento, sí, pero no el nuestro"
ResponderEliminarBesos de sol.
Ha sido un placer encontratte, pero más leerte.
ResponderEliminarbesos
nela
Nunca ha sido mi favorita una tarde de domingo.
ResponderEliminarPues un poco sí, Paloma; lo de tremendo, digo. Así me sentía mientras escibía esa columna:
ResponderEliminarun poco bruto,gamberro, tremendo, vaya.
Un beso
Gracias, Nela, por lo que dices.
ResponderEliminarEspero que sigas viniendo por aquí.
Besos.
Madiso: es que son un poco, cómo te diría ¿tontas?
ResponderEliminarUn beso.