martes, 16 de noviembre de 2010

Araña suicida



Desde el origen de los tiempos han suscitado las arañas emociones encontradas: miedo y asco -nunca lo uno sin lo otro- en la mayoría; en los menos -entre quienes me cuento-, la fascinación que acompaña desde siempre a todo animal mítico: no en vano la araña utiliza la sangre de sus víctimas para hilar con ella su tela, prodigio de blancura y belleza que es también una trampa, un laberinto mortal del que ningún insecto puede escapar. Así, corre entre algunos la fantasiosa idea de que, contra lo pensado comúnmente, la araña no es sino una creación de la tela, su sirviente más fiel, cazador o intermediario sin otra tarea que dejar pasar el tiempo y limpiar de impurezas su sangre.
Curiosamente, la existencia de la araña suicida parece corroborar esta idea; tan es así que esta variedad de araña, en su afán por terminar su tela, tiene por costumbre alimentarse de sí misma: durante días, con cuidado y esmero infinitos, la araña se devora sin dejar rastro, buscando una belleza que sólo logra con la muerte o es inalcanzable. Pero no desaparece: su presencia es visible desde entonces en cada nudo y cada cuerda de la tela como las ropas o el lecho que deja a su paso un moribundo.
(Ediciones Eneida, 2001)

No hay comentarios:

Publicar un comentario